Miguel León-Portilla
El español y las lenguas indígenas
¿Son un peligro para el florecer del español las lenguas indígenas que continúan hablando cerca de 40 millones de personas en el Nuevo Mundo? Mi respuesta es que --hasta donde sé-- nadie ha dejado de hablar español por hacer suyo un idioma nativo. De hecho, un porcentaje muy elevado de esos 40 millones es bilingüe, es decir que conoce también la lengua de las mayorías.
Los pueblos indígenas se muestran hoy decididos a reafirmar y reconstituir sus identidades, concediendo particular importancia a la preservación de sus lenguas, con la enseñanza formal de las mismas y su cultivo, incluyendo el literario. El tema guarda obviamente relación con otras demandas que formulan en la actualidad estos pueblos.
Asumir como actitud ante estas realidades la de desentenderse de ellas o, peor aún, rechazarlas como opuestas a la unidad nacional, no sólo sería postura que merecería el calificativo de colonialismo interno y violatoria de los derechos humanos, sino que provocaría reacciones que pueden llegar a ser muy violentas. Hay numerosos ejemplos de lo que ha ocurrido cuando un Estado actúa en contra del uso y cultivo en su territorio de otras lenguas que no sean la del grupo mayoritario que se autocalifica como unificador.
La pluralidad de lenguas no es ya un castigo, como en la Torre de Babel. Además de derecho inalienable de quienes las hablan, es riqueza invaluable del propio país y de la humanidad entera. Cada lengua es como un ordenador que, como diría el gran fray Bernardino de Sahagún, estudioso del náhuatl, permite percibir y enmarcar de variadas formas ``las cosas naturales, humanas y divinas'', en fin, el universo entero. Por eso, cuando desaparece una lengua muere una parte de lo más íntimo y valioso de la humanidad.
El castellano ha convivido con las lenguas indígenas del Nuevo Mundo. Estas, a pesar de todos los pesares, no han desaparecido. Uno y otras se han influido recíprocamente. El estudio de las lenguas indígenas ha contribuido enormemente al desarrollo de la moderna lingüística. Ahora, la celebración en Zacatecas el primer Congreso Internacional de la Lengua Española, es buena ocasión para que los hispanohablantes reflexionemos sobre nuestra actitud ante las lenguas entre las que el español vino a implantarse y a ser medio de comunicación universal.
Es ya tiempo de atender las demandas de los pueblos originarios del Nuevo Mundo, entre ellas las concernientes a sus lenguas. La respuesta habrá de incluir:
1. Reconocer a nivel constitucional que nuestros países, incluyendo a España, son plurilingües.
2. Aportar los medios para que los correspondientes ordenamientos derivados de ese reconocimiento se cumplan, disponiendo la obligatoriedad de la enseñanza bilingüe en las respectivas áreas indígenas, abarcando los varios niveles del sistema educativo.
3. Fomentar, al igual que el cultivo del español, el de las otras lenguas, estableciendo para ello talleres literarios, academias y centros o casas de escritores en lenguas indígenas, como la que, con el apoyo de la Secretaría de Educación y la Unesco, se ha creado recientemente en México, dirigida y administrada por hablantes de varias lenguas nativas.
4. Aportar recursos para la publicación de periódicos, revistas y libros en lenguas indígenas, así como para la producción de programas en la radio y la televisión, reconociendo el papel que deben tener en el ámbito de la comunicación.
5. Sensibilizar a los grupos mayoritarios para que valoren la riqueza cultural que significa la presencia de los más antiguos americanos, con sus lenguas, dueñas de antiguas y nuevas literaturas.
La lengua española ha coexistido y coexiste con las indígenas y, lejos de estar en peligro por esto, se enriquece. Dando lugar al florecer de dichos idiomas, se harán posibles otras aportaciones culturales. En lenguas indígenas se escribieron códices como los de los mayas, nahuas y mixtecos; se transvasaron al alfabeto el Popol Vuh, los libros de Chilam Balam, los Cantares mexicanos, numerosos anales históricos y preciosas leyendas. En las lenguas originarias del Nuevo Mundo resuenan hoy las voces de millones de hombres y mujeres que de nuevo pronuncian y escriben su palabra, enriqueciendo el caudal de la expresión humana en el contexto de una literatura en verdad universal.
Esperemos que sean tomadas en cuenta estas propuestas presentadas ya en el primer Congreso Internacional de la Lengua Española. Deseemos que el destino de ésta no implique jamás ser enemiga, sino hermana de aquellas entre las cuales ha venido a implantarse y enriquecerse.