Jorge Alberto Manrique
Alfonso Mena en Bellas Artes

La pintura abstracta se encuentra bien y goza de cabal salud. Ayer se inauguró la gran exposición de Fernando García Ponce en el Palacio de Bellas Artes (de él ya no tenemos por desgracia sino la pintura y el recuerdo, porque se ha ido), y Alfonso Mena expone en el mismo palacio de mármol, en las salas Justino Fernández y Paul Westheim. Y dos semanas antes Irma Palacios había recibido uno de los premios del Salón de Estandartes de Tijuana.

``Parece que fue ayer''. Recuerdo las primeras veces que vimos en los salones y en el encuentro de Aguascalientes las cosas de Mena, entonces chavo de veintitantos años. En ambos concursó y en la Bienal Tamayo ha sido distinguido. Ya entonces sorprendía la calidad de su obra, entre otras cosas, por la magnífica factura y la cuidadosa composición. Algunas veces usaba el recurso de un cuadro formado por muchos cuadros.

Ahora se ha echado a cuestas el riesgo de ocupar dos salas del palacio, con obra, en su mayor parte, de 1996 y 1997. Y ha salido airoso. Se percibe desde luego más maduro y más sabio. Pintura fundamentalmente no figurativa, aunque tampoco cae en el fanatismo de esquivar toda figura. Si un recuerdo, un trazo hacen alusión a ella, no parece importante. Incluso puede reforzar la imagen con el título. Varios cuadros, por ejemplo, se llaman Coliseo y en ellos aparece una forma redonda.

El reto de esta amplia exposición lo cumple Mena con una gran variedad de formatos, desde dípticos de tres metros hasta pequeñas y delicadas obras de 13 centímetros. Y con técnicas que van del óleo a la encáustica, el caolín y el plomo, la acuarela y el grafito, a menudo combinando más de una manera. A veces con objetos pegados o los meros objetos con algún tratamiento pictórico. De tal manera que una muestra de más de 50 piezas resulta de una variedad acogedora.

Una de las cosas que más atraen de su trabajo es su manejo del color. Creo que puede hablarse de maestría. Maestría en sus veladuras, en sus raspados, con un sentido de equilibrio. Cuadros luminosos, sin duda, aunque no pocas veces recurra al negro: un negro del que surge luz, por contraste. Su paleta ha cambiado, se ha enriquecido notablemente (si bien es parca cuando así se requiere). Parecería que el lapso que comprende la exposición fuera hacia tonos más oscuros, pero quizá más bien sólo tenga que ver con el título de la serie Perro negro.

Un sentido sutil del color que sin embargo elude todo pintoresquismo y toda superficialidad. Al contrario: se trata de obra con mucha garra.

Uno no puede dejar de pensar en los expresionistas abstractos, más por vicio que por otra cosa. Están ahí algunos, sin duda; toda buena pintura recoge de alguna manera pintura pasada, y la pintura abstracta con fuerte lirismo tiene cierto aire de familia. Pero toda la carga emocional que tienen sus obras está contrastada con la solidez que proviene de sus composiciones. Son obras siempre equilibradas, siempre estables, y todo lo que pasa dentro de la superficie (que a veces puede invadir el marco) no rompe su consistencia. Los colores velados o rayados, los trazos dibujísticos nerviosos, las letras sin sentido, e incluso los choreados y goteados terminan siendo algo sólido. El gesto no rebasa la sensatez.

Esto sucede también con una serie de objetos o cajas, que quizá podrían recordar a Jim Dine o a Rauschenberg, pero que tienen ese sentido de factura cuidados, de tenue organización que parece estar presente en todo lo que sale de las manos de Alfonso Mena.