Jaime Martínez Veloz
Heberto, hasta siempre

A Tere, en memoria de Heberto

A Heberto Castillo le daría gusto saber que aún después de fallecido, la sola evocación de su nombre causa disgustos a los autoritarios. Aquellos que están empeñados en hacer de este un país donde prevalezcan la democracia y el respeto al Estado de derecho no han tenido empacho en reconocer la calidad y el compromiso del político veracruzano.

Recordar cabalmente a este hombre, es recordar y reflexionar sobre los temas que lo animaban. Durante los meses en que anduvimos el difícil camino de la Cocopa, era notorio su interés en tres aspectos capitales del panorama político del México de hoy: la defensa de la soberanía, la consolidación de la democracia y el alcanzar una paz con justicia y dignidad.

Viejo luchador por la preservación de la soberanía, Heberto sabía que más allá de los discursos encendidos y los compromisos de tribuna, la posibilidad de una nación de ser soberana, en un mundo sujeto a los intereses de una economía incapaz de satisfacer las necesidades elementales de los seres humanos, reside en su capacidad de manejar sus recursos estratégicos y regular su economía, para asegurar el bienestar de sus habitantes y la solidez de sus instituciones y sistema de gobierno.

En medio de las desorbitadas celebraciones de fines de los años 70 por la bonanza petrolera que supuestamente nos proyectaría al primer mundo, ese sueño obsesivo de algunos, Heberto fue una de las primeras voces que llamó a la prudencia.

La realidad puso a cada quien en su sitio. El ingeniero Castillo tenía razón.

Cuando los comunistas luchaban todavía por instaurar el socialismo, Heberto, visionario, llamaba a la lucha por la democracia desde una posición nacionalista. La política mexicana de los años 90 anda cercana a los caminos que diseñaron personas como el ingeniero Castillo desde hace más de 20 años. Con él, muchos concordábamos en que la democracia mexicana de este fin de siglo debía caminar más allá de lo electoral, en algo que en su momento denominamos reforma democrática del Estado.

Más aún, en la Cocopa, a mediados de 1995, se comprendió que para una solución a fondo de las causas que llevaron al levantamiento armado del EZLN era necesaria una profunda reforma de las instituciones de justicia, de aplicación de la política social y de aspectos de la economía. Priístas, panistas, perredistas y gente sin partido se sumaron a esa idea.

Estos dos años con la Cocopa reafirmaron la calidad política y moral de Heberto Castillo. El, junto con Luis H. Alvarez eran las figuras de peso dentro de la Comisión. La trascendencia de su activismo político de toda una vida, más allá de rencores, diferencias y partidos, los hacía la columna vertebral.

A principios del pasado marzo anduvo por Tijuana para platicar del proceso de paz. El presidente municipal lo nombró ciudadano distinguido. Las gentes con las que platicó allá en Tijuana y Rosarito lo recuerdan con cariño.

La paz en Chiapas fue tal vez la última de sus obsesiones. Tocó puertas, amenazó con renunciar a la Cocopa, peleó, se equivocó, acertó. Siempre con una cosa en la cabeza: encontrar los caminos que permitieran regresar al diálogo para lograr una paz justa y digna para Chiapas y el país.

Heberto Castillo fue adversario leal, pero nunca enemigo de las personas. Combatió los vicios y las ideas que él juzgaba equivocadas, sin invocar al revanchismo o a la descalificación personal, ¿cuántos pueden decir lo mismo?

Ha muerto el maestro Heberto Castillo, senador de la República, mexicano comprometido y hombre que nació para ser libre. Aprendamos de su vida la capacidad para luchar sin odios, para construir sin exclusiones un mejor mañana para todos los mexicanos.