Paulina Fernández
Zapata, 78 años
A Heberto Castillo, en su memoria
Ese 10 de abril, un jueves como el de ayer, el general Emiliano Zapata y su escolta bajaron de las montañas temprano para dirigirse a la hacienda San Juan Chinameca. Ahí continuarían las conversaciones con el coronel Jesús M. Guajardo, quien había expresado su satisfacción de haberse adherido a la causa revolucionaria por la que Zapata había estado luchando. Pero en vez de un nuevo aliado Zapata encontró la traición y la muerte.
Guajardo fue el encargado de realizar el plan que había trazado Pablo González -famoso en ese entonces por ser el único general de división carrancista que nunca había ganado una batalla. Dicho plan había sido consultado y autorizado por quien fungía como presidente constitucional: Venustiano Carranza.
Unos días antes Zapata había firmado una carta abierta al señor Carranza. El general escribió como ciudadano, como hombre poseedor del derecho de pensar y hablar alto, como campesino conocedor de las necesidades del pueblo humilde al que pertenecía, como revolucionario y caudillo de grandes multitudes, que por eso había tenido la oportunidad de reconocer las reconditeces (sic) del alma nacional y había aprendido a escudriñar en sus intimidades y conocer de sus amarguras y de sus esperanzas; ``con el derecho que me da mi rebeldía de nueve años siempre encabezando huestes formadas por indígenas y por campesinos -decía Zapata- voy a dirigirme a usted, C. Carranza, por vez primera y última'', y así fue. Zapata advirtió que no hablaba al Presidente de la República, a quien no conocía, ni al político, de quien desconfiaba; hablaba al mexicano, al hombre de sentimiento y de razón, a quien le diría verdades amargas.
En su carta Zapata pasaba revista de lo hecho durante el periodo de dominación de Carranza. En materia agraria: las haciendas habían sido cedidas o arrendadas a los generales favoritos; en los antiguos latifundios la alta burguesía había sido remplazada, en no pocos casos, por modernos terratenientes de charreteras, kepí y pistola al cinto. Los pueblos han sido burlados en sus esperanzas: la inmensa mayoría continúa despojado de sus ejidos; las tierras no se reparten entre la gente de trabajo, entre los campesinos pobres y verdaderamente necesitados.
En materia obrera, Zapata señalaba que con intrigas, con sobornos, con maniobras disolventes, y apelando a la corrupción de los líderes, se han logrado la desorganización y la muerte efectiva de los sindicatos, los cuales eran considerados como la única defensa, el principal baluarte del proletariado en las luchas por su mejoramiento. La mayor parte de los sindicatos sólo existían de nombre y se trataba, al parecer, de infundirles vida nueva, pero con miras políticas y bajo la corruptora sombra del poder oficial. Zapata mostraba su molestia y sorpresa por haber visto mítines obreros presididos y ``patrocinados'' por un gobernador de provincia bien conocido como uno de los servidores incondicionales de Carranza.
En el terreno de la política, Emiliano Zapata preguntaba e inmediatamente respondía: ¿Existe el libre sufragio? ¡Mentira! En la mayoría, por no decir en la totalidad de los estados, los gobernadores han sido impuestos por el Centro; en el Congreso de la Unión figuran como diputados y senadores creaturas del Ejecutivo y en las elecciones municipales los escándalos han rebasado los límites de lo tolerable y aun de lo verosímil. Zapata concluía que en materia electoral, Carranza había imitado con maestría y en muchos casos superado a su antiguo jefe Porfirio Díaz.
Zapata reclamaba a Carranza que, en suma, hubiera orillado a nuestro país a la ruina en lo económico, en lo financiero, en lo político y en el orden internacional, y lo exhortaba a que cumpliera con ``un deber de patriota y de hombre, retirándose de lo que usted ha llamado Primera Magistratura, en la que ha sido usted tan nocivo, tan perjudicial, tan funesto para la República''.
Días después de conocerse esta carta, el general Pablo González decía que se había percatado de lo mucho que Carranza apreciaría la eliminación de su enemigo del Sur. No faltó quien asegurara en 1919 que matando a Zapata se acabarían los zapatistas y los problemas del gobierno con los indios. 78 años después, indígenas y zapatistas siguen existiendo, sus problemas también, y continúan luchando contra los descendientes políticos del gobierno de Carranza.