La Jornada anunció el 5 de abril de 1997 que el Banco Mundial, en el informe Reforma laboral y creación de empleo; la agenda inconclusa de América Latina, está señalado que la incapacidad de las economías latinoamericanas de aumentar la generación de empleos, radica en las protecciones y rigideces que caracterizan los mercados laborales de la región. Dado este diagnóstico, se desprende qué es lo que nuestros países deben hacer para aumentar la creación de ocupaciones: tornar más flexibles los mercados laborales. Esto, en lenguaje más claro, significa que se debe reformar los códigos laborales orientados a proteger el empleo, que los sindicatos deben ser debilitados con el propósito de que los salarios reales caigan, lo que aumentaría la demanda por trabajadores, y que los pagos por liquidaciones, que el Banco Mundial califica como exorbitantes en nuestros países, deban ser eliminados, dado que ello constituye una medida que atenta contra el empleo. (Dados los costos que genera liquidar a un trabajador, lo que hacen los empresarios es evitar contratarlos).
La discusión acerca de las causas que determinan el desempleo no es nueva en la ciencia económica. Se planteó en forma muy aguda en Gran Bretaña y en Estados Unidos durante la crisis de los años treinta. El punto de vista convencional sostenía que los elevados niveles de empleo se corregirían por sí mismos en la medida que se permitiese que el mercado laboral se moviese o que el nivel de desempleo fuese elevado; si los salarios fuese flexibles hacia la baja, el nivel de desempleo se iría reduciendo, dado que el menor salario estimularía la demanda por trabajadores, a la vez que su oferta se reduciría. Por ello, entonces, al igual que ahora, la economía conservadora insiste en que la persistencia de un elevado nivel de desempleo se debe a que los mercados laborales son inflexibles, lo que determina costos laborales demasiado elevados.
Argumentando en contra de esta posición es que se desarrolló el pensamiento de Keynes, que va a sostener que la economía puede encontrarse en una situación de equilibrio con elevado nivel de desempleo, por lo que la ruptura de este equilibrio requiere de acciones específicas orientadas a aumentar los niveles de actividad económica y, por lo tanto, del nivel de empleo. En particular, destacó el papel que el gasto gubernamental tiene en este sentido. Un mayor gasto público eleva la demanda, y ello arrastrará la producción y el empleo. El triunfo de las ideas keynesianas permitió dar racionalidad a las políticas gubernamentales hasta comienzos de la década de los setenta. El mundo conoció así un prolongado periodo de expansión acompañado de bajos niveles de desocupación.
Ante la elevación de los niveles de desempleo que el mundo comenzó a experimentar a partir de la segunda mitad de los setenta, y ante su persistencia, particularmente en Europa occidental, la economía conservadora ha vuelto a esgrimir sus viejas ideas de que la causa fundamental del desempleo está en la inflexibilidad de los mercados laborales. Para afirmar su posición, sostienen que la elevada creación de empleo en Estados Unidos se explica por la flexibilidad laboral de ese país, lo que contrasta con la regulación de los mercados de trabajo en Europa.
En segundo término, es difícil aceptar la idea de que los mercados latinoamericanos de trabajo son inflexibles. Por lo menos en lo que a flexibilidad de los salarios reales se refiere, los datos desde los ochenta han mostrado que en pocos países del mundo los salarios reales experimentaron una caída tan brusca y tan rápida, pero ello no ha impedido que, simultáneamente, los niveles de desempleo permanezcan siempre elevados. La reciente crisis mexicana es una buena prueba de ello: caen drásticamente los salarios reales, a la vez que el desempleo se eleva.
En conclusión, si en Japón un mercado laboral inflexible va acompañado de elevada ocupación, en América Latina la flexibilidad salarial va de la mano con un elevado desempleo. Estos hechos no pueden ser explicados por el pensamiento conservador.