Eduardo Montes
Diversionismo panista

Al demandar a los candidatos del PRI y del PRD al gobierno del Distrito Federal que informen a cuánto ascienden sus fortunas, pues ambos ``han vivido de la deshonestidad propia o heredada'', el presidente del PAN, Felipe Calderón Hinojosa, cometió un grave error: con sus insinuaciones calumniosas bajó la confrontación política al nivel del suelo, se convirtió de pronto en un golpeador como Humberto Roque Villanueva y entró en un camino muy resbaloso.

Asimismo, mostró su nerviosismo por el sorpresivo descenso de su partido y su candidato en las preferencias de los electores, según lo registran algunas encuestas. Pero fue también una astuta maniobra encaminada a atraer la atención de los medios, y una acción diversionista para que la opinión pública se olvide de las cuentas pendientes de Diego Fernández de Cevallos por lo de Punta Diamante y de los tropiezos y tonterías de varios presidentes municipales de filiación panista, asuntos muy costosos políticamente para Acción Nacional.

En todo caso, el cuestionamiento de Felipe Calderón fue debidamente calculado para dañar sobre todo a Cuauhtémoc Cárdenas, quien por ahora encabeza las preferencias de los electores en el Distrito Federal y tiene una sólida trayectoria de honestidad política y personal. La dirección panista es consciente de que probablemente la batalla principal por el gobierno de la capital se dará entre el PAN y el PRD; por ello intenta desprestigiar al candidato perredista, metiéndolo en el mismo saco con Alfredo del Mazo y se refiere al partido del sol azteca como el ex PRI. La maniobra es burda y de doble intención: al calumniar a Cárdenas, espera que se cumpla aquello de ``calumnia, que algo quedará'', y de esa manera disminuirle autoridad y posibilidades entre los electores; al mismo tiempo, como lo hizo Diego Fernández de Cevallos, explotar negativamente el pasado priísta de Cuauhtémoc Cárdenas.

Efectivamente, no sólo Cárdenas, sino Andrés Manuel López Obrador, Porfirio Muñoz Ledo y otros dirigentes y candidatos llegaron del PRI al PRD; esa es una historia conocida, Calderón no descubre nada nuevo. Pero al salir del partido oficial, Cárdenas y sus compañeros en 1987, otros en años posteriores y apenas hace unas semanas Enrique González Pedrero, dieron una contribución importante a las luchas por las transformaciones democráticas del país; a los esfuerzos por acabar el viejo y carcomido sistema presidencialista, corporativo y de partido de Estado. El paso de todos ellos a la oposición fue positivo, avanzaron a posiciones progresistas, fortalecieron al movimiento democrático y de izquierda, y abrieron nuevos caminos para la renovación democrática de México.

Muy diferente ha sido la trayectoria reciente del PAN. De ser un antiguo partido tercamente democrático e independiente, aunque su democratismo se redujera únicamente a lo electoral, evolucionó al colaboracionismo con el gobierno de Carlos Salinas de Gortari en la Cámara de Diputados, tanto para hacer reformas regresivas, la del 27 constitucional, por ejemplo, como para aprobar la quema de los 25 mil paquetes electorales, en los cuales se ocultaban los verdaderos resultados de las elecciones de 1988. En esos años soldó la alianza estratégica con el salinismo y llevó a cabo sospechosos arreglos electorales, las llamadas concertacesiones. Ya en este sexenio el colaboracionismo llegó hasta la participación del panista antonio Lozano Gracia en el gobierno de Ernesto Zedillo. Este pasado reciente del PAN no se puede ocultar tras acusaciones calumniosas como las de Felipe Calderón; por el contrario, ese partido tiene esas cuentas pendientes con la opinión pública y el electorado.

En los mismos días del diversionismo panista, se produjo la mala noticia de la muerte de Heberto Castillo, que lamentamos.

Fue un hombre de izquierda y demócrata radical; fiel y consecuente con sus principios, los defendió siempre con convicción y pasión. Junto con otros dirigentes y militantes enfrentó los grandes y complejos problemas políticos y sociales de los decenios recientes; contribuyó a construir los espacios democráticos que hoy tiene el país, y como todo dirigente, tuvo aciertos en su quehacer político, pero también errores. Fue, ante todo, auténtico e incorruptible en la defensa de lo que consideraba correcto y acertado. Nada más, pero nada menos.