Guillermo Almeyra
¿Es posible matar un puerco a besos?

Son los muchos los que condenan, incluso duramente, la ideología neoliberal y los resultados de ese dogma económico, pero pocos los que piensan en una alternativa y menos aún los que esbozan las líneas generales de la misma. Lástima, porque el derecho al pataleo es sin duda fundamental, pero no es constructivo.

En México faltan, por ejemplo, los estudios sobre la feminización de la mano de obra industrial (en la maquila), sobre los nuevos corredores industriales no sindicalizados, ni siquiera con sindicatos charros (en el Norte), sobre la superexplotación transfronteriza, de ambos lados de los lindes y, por supuesto, no hay propuestas concretas sobre cómo combatir la desocupación abierta o disfrazada de comercio informal. Tampoco se habla, en concreto, sobre cómo defender el ambiente (que la economía neoliberal considera como un costo cero y destruye a una velocidad jamás vista), ni sobre cómo defender a los sectores sociales más desprotegidos que el ``pensamiento único'' considera prescindibles.

En Europa, en cambio, surgen ideas y propuestas, discutibles todas (y muy discutidas) pero que permiten cuantificar los costos y los beneficios, calificar los medios, comprobar teóricamente su posible influencia, formular escenarios.

Sobre la propuesta de reducción generalizada de la semana laboral, manteniendo los salarios actuales, para absorber a millones de jóvenes en un tercer turno, ya hemos hablado. Tiene en su contra la disminución real del poder adquisitivo y la caída de las ventas de los productos de consumo que podrían llevar a una pérdida de competitividad si el nuevo consumo resultante del aumento del mayor empleo no compensa ese fenómeno y si la experiencia no se extiende, como cuando la lucha mundial de fines del siglo pasado por las 8 horas, a los países importantes. De todos modos, ante el silencio a este respecto, tendremos que volver sobre el tema.

Pero lo que más interesa --y sobre esto también hay que volver-- es la discusión sobre el llamado ``tercer sector'' (ni Estado ni mercado libre) como posible alternativa. Algunos académicos o pensadores, como Jeremy Rifkin con su obra El fin del trabajo, demuestran que una mayor productividad no lleva ya automáticamente a un aumento de la mano de obra, que disminuye tendencialmente en todos los sectores (incluso los servicios). La solución, por lo tanto, no consiste sólo en construir nuevos centros de trabajo sino en cambiar la estructura de la sociedad. Hay otras propuestas diversas, como las de A.T. Godbout en L'Esprit du don, Alain Lipietz en Choisir l'audace, Serge Latouche con su estudio sobre el postdesarrollo, André Gorz, en su análisis sobre cómo superar la sociedad salarial, y Alain Bihr, sobre la alternativa basada en la disminución masiva del horario laboral.

Por supuesto, este espacio no permite tratarlas a fondo, aunque sí destacar que deben ser analizadas.

De todos modos es posible decir sobre ellas una sola cosa, coincidiendo más con Bihr que con los demás: el ``tercer sector'' es totalmente heterogéneo y está ligado al mercado determinado por el capital financiero, de modo que, cualquiera sea su importancia, no puede ser la base de una alternativa. Y la experiencia de los trabajos ``socialmente útiles'' autorganizados (para resolver problemas ambientales, cuidar niños y ancianos o museos, construir servicios sanitarios, etcétera, al mismo tiempo que crear trabajos para los jóvenes desocupados) debe ser vista también como experiencia de autorganización y de creación de contrapoderes locales, y no, a la Proudhon, como creación pacífica de ``islas'' en el sistema (que, para colmo, hoy es mundial) sustituyendo las carencias del Estado, que ha abandonado el welfare.

Sin duda es muy importante arrancar trocitos de la vida económica y social a la lógica del lucro. Pero si no se combinan esas reformas dentro del sistema con la búsqueda de una alternativa al mismo, esos islotes serán funcionales para el Estado (pues éste podrá mantener algunas actividades sobre la base del trabajo voluntario mal pagado) y constituirán experiencias siempre al borde del fracaso. No hay ni debe haber una muralla china entre las tomas de conciencia locales y la organización al margen del Estado, y la lucha por un nuevo Estado y un nuevo sistema económico. Las reformas, solas, no bastan ni basta la autorganización, por importante que ésta sea. Hasta ahora no se ha visto que se pueda matar un puerco a besos.