Se dice que los mercados globales tienen una fuerza arrolladora y difícil, por lo tanto, de resistir. Eso significa que los gobiernos, las empresas y los individuos deben adaptar sus formas de funcionamiento a las exigencias de esas fuerzas que determinan las condiciones de la competencia y las posibilidades de crecimiento y generación de ingresos. En la medida en que se extiende el espacio de acción de las relaciones mercantiles, son más grandes las presiones sobre el gobierno y los agentes económicos. En la misma medida se reducen las posibilidades de protección para las empresas y para los grupos sociales menos favorecidos. La mercantilización no es necesariamente sinónimo del mayor acceso a los recursos y a las oportunidades.
El campo de las relaciones mercantiles se extiende, como sabemos, más allá de la amplia serie de productos --simples unos y muy sofisticados otros-- que se encuentran en el mercado. Las relaciones entre los hombres se convierten en una forma de mercancía. Y no me refiero aquí, por supuesto, al caso esencial de las relaciones de trabajo en las que la capacidad de laborar se torna en una mercancía cuyo precio es el salario. No, dejo de lado ahora toda esa referencia densa y de orígenes sospechosos, contraria a las exigencias de la ``nueva cultura laboral'' que es hoy un estandarte de las organizaciones empresariales. Me refiero, en cambio, a las relaciones de tipo más directo, ubicadas en el ámbito de las transacciones sexuales.
Luis González de Alba hizo recientemente una serie de Preguntas inmorales a tres candidatos (Nexos, 232, abril 1997), con respecto a la posición que mantienen frente a los espacios que exigen grupos gays, usuarios de material pornográfico o de los servicios de la prostitución. Las preguntas son relevantes ahora que se redefine la vida política de la capital y la forma de su gobierno. Uno de los aspectos de esta nueva organización política tiene que ver con la manera de establecer la convivencia en una sociedad cada vez más plural, pero que no cuenta con las formas institucionales para evitar el surgimiento de conflictos. No es únicamente el asunto perenne de la corrupción, sino de la ausencia de reglas claras y mecanismos para aplicarlas acerca de los derechos y obligaciones de los involucrados. El tema es el ejercicio de las libertades en el marco de la tolerancia. Ni más ni menos, tema viejo y muchas veces rehuido por la misma sociedad y los intereses predominantes, civiles y religiosos, incluidos los del propio gobierno. Tema que sería familiar al mismo Voltaire tantos años después de haberlo expuesto finamente. González de Alba plantea, así, el tema del mercado y la tolerancia, en este caso en su expresión específica vinculada al ejercicio del gobierno.
El mercado tiene aquí una forma de manifestarse muy concreta y circunscrita en el debate planteado por estas preguntas al caso actual del DF: Pero el asunto tiene ya expresiones más amplias, el mercado de la prostitución es también de escala global. El Diario Noticias de Asunción (abril 10, 1997) reporta una reunión de prostitutas uruguayas, argentinas y brasileñas para discutir, entre otras cosas, las condiciones de trabajo. Además de destacar las formas de represión que sufren en sus respectivos países, empiezan a plantearse las cuestiones asociadas con los mercados de trabajo en el área del Mercosur. Esta situación puede parecer irrelevante, chusca para algunos, inmoral para otros, pero es significativo que la misma redefinición de los espacios económicos exige repensar los efectos sobre distintos sectores de la población. Estos emergen de modo cada vez más abierto, ya que es difícil llevar la liberalización mercantil hasta sus últimas consecuencias y mantener la represión. Será interesante plantear de nuevo esta relación conflictiva entre mercados y tolerancia, que será parte central en cualquier orden social que surja del impulso de la globalización.