Nos encontramos Heberto y yo por primera vez en casa de amistades comunes, ya avanzado 1951. El llevaba el 5o. año de la carrera de ingeniero civil y empezaba a dar clases, yo cursaba el primer año. De inmediato hubo empatía, afinidades, más en el terreno de lo político y social que en la ingeniería misma, de la que a él le atrajeron siempre las materias más abstractas: las matemáticas, las vinculadas a la física, el diseño de estructuras.
En todas las cuestiones de su interés, Heberto se caracterizó por su espíritu inquisitivo y la rebeldía ante la arbitrariedad y la injusticia. Estudioso, investigando siempre, planteándose alternativas, cuestionándose a él mismo y a los demás, yendo al fondo, tratando siempre de llegar a la esencia. Así logró desarrollos extraordinarios, inéditos, surgidos sólo de su reflexión e inventiva en materia de estructuras, de los que la tridilosa es una de las tantas aplicaciones.
Comprendió de siempre que el conocimiento, la ciencia, el desarrollo tecnológico, los descubrimientos y avances para que se les pudiera considerar efectivamente como tales, debían ser puestos al servicio de la humanidad y principalmente de los más necesitados. Llegó a esa posición seguramente por las enseñanzas y experiencias que absorbió y lo fueron formando desde sus primeros años en Ixhuatlán de Madero; de la estrecha, cariñosa y no exenta de disciplina relación con don Gregorio, su padre; de la comprensión siempre tierna que encontró en doña Graciana, su madre; de su paso por las escuelas, las últimas la preparatoria y la Nacional de Ingenieros, y el trato con los compañeros en el aula y en el baseball; de las lecciones de aquellos maestros a los que respetó por su talento, por compartir sin guardarse nada todo lo que sabían, porque razonaban y no imponían.
Inquieto, apasionado, hombre de polémica, de razonamiento y buen humor lo fue toda su vida y en todos los terrenos en los que incursionó. Fue también, invariablemente, afectivo, humano, generoso.
Desde que convivimos en la Escuela, fuera del aula o recibiendo sus clases de estabilidad y estructuras compartimos ideas, aspiraciones y nos dispensamos afectos. Lo acompañé cuando Tere y él se casaron. Ellos nos acompañaron cuando Heberto firmó en Jiquilpan como testigo en el acta de nacimiento de Lázaro. Con Celeste hemos visto cómo Heberto, Javier, Laura y Héctor, cada uno a su estilo, siguen en la rectitud de sus conductas, en su dedicación al trabajo que cada quien escogió, en el desprendimiento y el trato afectuoso a los demás, las líneas que Heberto profundizara en su caminar por la vida.
Combativo, innovador, audaz, fue también en su actitud política, en la que la intransigencia sólo la aplicó a sí mismo en su intachable conducta personal y en el apego a los principios en los que creía. Así lo vimos en el Movimiento de Liberación Nacional, en el 68 defendiendo a la Universidad y convocando a luchar por la democracia, tal como después llamó a integrar el CNAO y a organizar el PMT. A éstos llegó con la injusta, terrible pero enriquecedora experiencia de los años de prisión política. Después el esfuerzo unificador del PMS, el Frente Democrático Nacional y el PRD.
En este andar, se llegaron mayo y junio de 1988. Los últimos llamados a la unidad, que parecían palabras perdidas en el viento pero que calaron hondo y dieron ricos y variados frutos. Las pláticas iniciales entre Gilberto, Porfirio y yo. Posteriormente se sumó a ellas también Heberto. El acuerdo, que tenía entre otros un punto fundamental: si no se llega al gobierno, si no se reconoce lo que por la legalidad del voto pudiera obtenerse, ni pensar en aceptar cargo alguno en la nueva administración. Finalmente la declinación y el apoyo a mi candidatura.
Un gesto de hombría, de valor civil, de responsabilidad política, desprendimiento y patriotismo, reconocido así por la nación entera, pero yo, además, en este caso, recibí de Heberto respaldo decisivo y una vez más amistad generosa y afecto profundo, que más allá del hecho político que indisolublemente nos unió, me obliga siempre al reconocimiento de este acto que sólo un hombre de sentimientos grandes, guiado por principios superiores podría haber llevado a efecto.
Los últimos años, los últimos meses, semanas y días, los últimos grandes, enormes esfuerzos, las últimas grandes preocupaciones, los últimos latidos de un corazón lastimado fueron para la paz en Chiapas. Causa que tomó con responsabilidad y pasión, que nos deja como encargo, para hacerla florecer como él lo imaginaba y pretendía: en vida y esperanza, en heridas para siempre cerradas, en redención y dignidad.
Heberto se ha ido y no se ha ido. Aquí están, en huellas hondas, los productos y logros de su talento, de su hombría de bien y de sus compromisos de lucha. Si se trata de impulsar la democracia, ahí está Heberto; si es el rescate de la soberanía, ahí esta también; si es la defensa del petróleo, ahí lo encontraremos.
Hombre de contrastes, como todos, pero fue, sobre todo, hombre de luces de muchas y variadas luces. Así estará: erguido, combativo, alegre y entusiasta, dispuesto a dar y a entregarse todo a las causas en las que creyó y en las que participa hoy todavía y para siempre con su ejemplo y su valioso legado de entereza y patriotismo.