Angeles González Gamio
La Asamblea de Representantes

Es un organismo que surgió para compensar la ausencia de un congreso local en la ciudad más grande del mundo, absurdo que pronto será subsanado, al igual que la posibilidad de elegir al jefe de gobierno. Al nacer, se decidió instalarla en el edificio que había sido, durante casi un siglo, la sede de la Cámara de Diputados. La elegante construcción fue edificada en el siglo pasado para alojar al Teatro Iturbide, mismo que fue parcialmente destruido por un incendio, y luego remodelado para que allí sesionara esa rama del Congreso.

La obra se le encargó al prestigiado arquitecto Mauricio Campos, quien la realizó aprovechando la estructura existente. La fachada principal está dispuesta en diagonal y tiene reminiscencias de los edificios clásicos.

Sobre una escalera se levantan seis columnas jónicas --pareadas las de los extremos-- y entre ellas hay tres vanos de medio punto, rematados con óculos. El frontón triangular que descansa sobre el friso, ostenta relieves que evocan la arquitectura griega y romana.

Un amplio vestíbulo da acceso al salón de sesiones, que dentro de la sobriedad conserva el sabor teatral con tres hermosos palcos y las galerías, en donde hasta la fecha suelen escucharse vivas y abucheos.

La solemnidad la imprimen las enormes banderas que flanquean el presidium y el podium de madera labrada, decorados con águilas doradas, al igual que las curules color azabache. El toque final: los nombres de nuestros héroes grabados en oro, presididos por los de algunas de las mujeres notables: Josefa Ortiz de Dominguez, Leona Vicario, Mariana del Toro de Lazarín, Carmen Serdán y Antonia Nava.

En este lugar, además de las labores propias de un órgano legislativo, comparecen periódicamente los funcionarios de la ciudad y representantes sociales, para rendir un informe a los legisladores capitalinos. En días pasados estuvo el presidente de un organismo que también es de reciente creación: La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Don Luis de la Barreda, además de connotado jurista es un gran humanista, lo que ha marcado su labor al frente de esta institución, de enorme importancia para los habitantes de la conflictiva urbe.

Resulta impresionante conocer que en los tres años de vida que tiene, la Comisión ha brindado orientación jurídica a más de 64 mil personas y ha abierto 15 mil 934 expedientes, de los que se han resuelto casi 13 mil 276, lo que habla de su eficiencia. El doctor De la Barreda en su informe citó a Schopenhauer, quien dice que el compasivo ``evita el sufrimiento ajeno no como el suyo propio, sino porque es el suyo propio''; ``esa es la virtud que reconozco y admiro en mis compañeros'', mencionó el doctor, y es sin duda la que a él lo singulariza. Desafortunadamente su gestión concluye en seis meses, como todo en la vida llega a su fin.

Así terminó la función del edificio como Cámara de Diputados, al igual que la de su sede anterior, ese bello recinto en Palacio Nacional, que hace unos años fue remodelado para quedar exactamente como fue en el siglo pasado, antes de padecer el incendio que lo inutilizó. Se cuenta que al inaugurarse la célebre cantina ``El Nivel'' --que todavía existe--, ubicada en donde estuvo la primera Universidad, estaban soldando el zinc que cubría el techo de madera de la Cámara de los Diputados. Para festejar la apertura de la cantina, había oferta de dos bebidas por el precio de una, misma que aprovecharon felizmente los soldadores en su hora de comida; regresaron tan eufóricos a sus trabajos que causaron el siniestro al dejar un brasero con lumbre en la bóveda.

Ese sitio se construyó en uno de los costados del patio principal, en 1829; a raíz de la conflagración que sufrió en 1872 la Cámara de Diputados se trasladó al Teatro Iturbide. En la sede de Palacio Nacional estuvo en lugar principal una lápida de mármol con el nombre en letras de oro de Agustín de Iturbide, su espada y su bastón. Estos fueron afanosamente buscados cuando el fuego consumía el salón, no sólo por patriotismo, sino porque el bastón era una caña de India con un casquillo de oro, adornado con chispas de diamante, y el sable tenía un puño de marfil magníficamente labrado.

No lejos de la Asamblea, en la señorial avenida 5 de mayo, se encuentra un restaurante de gran tradición y belleza: el bar La Opera, con la que sin duda es la barra más hermosa de la ciudad, exquisitamente tallada en finas maderas. Esto se complementa con espejos rococó, estucos dorados y cortinajes rojos; toda la ambientación traslada al siglo pasado.

La atención y las bebidas son mejores que la comida, pero se les perdona por el bello lugar. En el techo se conserva el orificio de la bala que disparó Francisco Villa durante su visita.