La Jornada 13 de abril de 1997

El homenaje a Castillo se tornó en demanda de paz en los Altos

Rosa Icela Rodríguez Ť Del Palacio de Lecumberri al Palacio de Bellas Artes. De preso político a héroe de la paz y la democracia. Hace un tiempo, hostigamiento y persecución política, ayer loas y honores... Heberto Castillo Martínez en su homenaje póstumo. Un rito político y un amoroso recuerdo familiar.

A ocho días de haber partido, Heberto ofreció a sus amigos y correligionarios una inconfundible sonrisa. A media luz desde el proscenio, en una proyección fotográfica, su cabello cano, sus arrugas en la frente, y los lentes. Una vida: 1928-1997.


Laura Itzel, hija de Heberto Castillo, durante
el homenaje rendido a la memoria de su padre en
el Palacio de Bellas Artes.
Foto: Duilio Rodríguez

Con la bandera y el Himno Nacional, sus descendientes y amigos le ofrecieron un ceremonial especial y dramático, en el monumental edificio de mármol de Carrara.

En su honor, lo mismo lágrimas secadas por un indiscreto pañuelo, que discursos y alabanzas o llamados a la paz en Chiapas o violines siguiendo las claves de Bach o guitarras acompañando una melodía de José Alfredo.

El matiz para un hombre antisolemne, la presencia de Margarito. Ese... sí, aquél, el que pertenece al pueblo, el de ``¡Láaaaaaaaastima... Margarito!'', con sus pantalones rotos y parchados y cachucha vieja. Ese que nunca le pega a una sola rifa ni concurso ni nada. Ese, el de la mirada tímida y esperanzadora que, a pesar de que ``le va de la fregada'', siempre sonríe, aunque ayer excepcionalmente estuvo serio y no utilizó ningún lenguaje popular. Fue simplemente el actor Ausencio Cruz, el maestro de ceremonias, en dúo con la actriz Margarita Isabel.

Desde el atril, ella leyó un recuerdo de Julio Scherer: ``Heberto vivió para los demás, muere el hombre que se deja morir. Heberto, no será tu caso''.

Alrededor de dos horas, la evocación plena en el sitio a donde sólo pasan los prohombres de la historia de México. Obligada la reflexión alrededor de la figura del opositor, inventor, militante, maestro, padre...

Allí, frente a académicos, políticos, ingenieros, panistas (Luis Felipe Bravo Mena), priístas, petistas, abogados, diputados, senadores, funcionarios (Enrique Provencio, subsecretario de la Semarnap), defensores de derechos humanos (Rosario Ibarra), amigos, hermanos, hijos y nietos que llenaron Bellas Artes, Laura Itzel rememoró a su progenitor. ``Tito'', lo tuteó, con los ojos anegados en lágrimas, hablándole al ausente. ``¿Por qué sería que participaste en el movimiento del 68 y moriste a los 68 años?''.

Distintos momentos de emotividad. Las ofrendas luctuosas musicales de la orquesta de cámara de Bellas Artes, y el ``mundo raro'' de la voz de filigrana de Tehua, la de túnica blanca y sensibilidad a cuestas.

Atrás, en la penumbra, en una butaca, entre el público, un corazón realmente abatido. El de Tere Juárez, la leal compañera de Heberto. Rodeada de sus hijos: Heberto, Javier, Laura y Héctor, y varios jovencitas y niños. Los nietos de Heberto.

La de ayer, es la primera vez que un político de izquierda es homenajeado post mortem en el recinto de Bellas Artes, que representa a lo histórico y trascendente. En otras épocas, pasaron al vestíbulo Frida Kalho, Rivera y Siquieros. Pero ninguno con un programa y autorización oficial.

Después de una carrera política que cruzó los muros de la prisión siempre militante de la izquierda, ayer desde la ``clandestinidad del más allá'', Heberto escuchó los pensamientos dedicados por el candidato del PRD a jefe de gobierno del Distrito Federal, Cuauhtémoc Cárdenas, quien abrió la ronda de oradores. En su palabras, la imagen del amigo y compañero en la carrera -de ingeniería- y de andanzas políticas.

Vendría después Porfirio Muñoz Ledo, de traje negro, y su vibrante discurso exaltando la labor política del senador Castillo, y su pelea en la búsqueda de la paz, la justicia y la democracia. Allí escuchándolo, lo mismo Santiago Creel, que el convaleciente senador Félix Salgado, con los dientes rotos y el brazo vendado. Gajes del oficio de opositor.

Luego, flanqueado de girasoles amarillos, el actual líder nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador (el público molesto con la plaga inevitable e irreverente: la prensa, que no deja de atravesarse), hizo el compromiso de concluir la obra hebertista por la transición democrática, el diálogo, la unidad y la civilidad política.

No pudo faltar el recuerdo no muy común -``matemático, de cómputo estructural, teorías espaciales, mecánica teórica, cálculo matricial e ingeniería''- de Roberto Sánchez Trejo, compañero de generación del inventor de la tridilosa: ``ingeniero de México hecho en México''.

Momento conmovedor, la intervención de Luis Villoro, el brillante intelectual de izquierda, fundador, junto con Heberto Castillo, del PMT. Con la emoción que le quiebra la voz, exige el urgente diálogo en Chiapas.

El presidente de la Cocopa, Jaime Martínez Veloz, de filiación priísta. Inusualmente, critica el trato oficial a los indígenas. La respuesta: tres veces interrumpido por aplausos. Un periodista le advierte: ``te van a regañar''.

Antes, la lectura de un fragmento de La Muñeca, un cuento de Heberto sobre una pequeña indígena chiapaneca que tiene por muñeca a un ladrillo envuelto en un trapo.

En galerías, sólo una manta: Sutin. Los palcos llenos. Afuera unas 100 personas que llegaron tarde. No se les permitió el paso. Mentadas ``a seguridad'' del INBA.

Antes del final, la palabra de Laura Itzell: ``Tito-Beto: recuerda que, a pesar de todo, que pase lo que pase, aunque para tí ya no salgan ni el sol y las flores no florezcan, tendremos tu imagen presente. Tu amor y tu sabiduría con nosotros''.

Es ahí, cuando Amalia García no se limita y llora abiertamente. No es la única. El escritor Daniel Cazés acepta: ``yo no conocí a Heberto, pero lagrimee en tres momentos: la oración excepcional fúnebre de Villoro; cuando Laura Itzel y, al final, con Nabuco''.

Y así fue, antes del Himno Nacional, la orquesta de cámara y el coro de Bellas Artes entonaron el Va, pensiero, sullóali dorate. El himno de Verdi al pueblo castigado, pero con esperanza. Hasta siempre, Heberto.