La muerte decidida voluntariamente por 39 personas en San Diego, California, ha producido gran sorpresa en el mundo entero. Las reacciones han sido en su gran mayoría adversas a esta determinación. Se ha criticado, por ejemplo, la presencia de cultos religiosos y líderes espirituales que aparentemente condujeron a un grupo de personas instruídas a quitarse la vida. Se ha criticado también a la tecnología, adjudicando una especie de presencia maligna en internet. También se han relacionado fenómenos astronómicos como los cometas, así como las creencias en los objetos voladores no identificados que, también al parecer, quedan implicados en la determinación de los hombres y mujeres que ingirieron cocteles fuertemente impregnados con fenobarbital. Se ha aprovechado el viaje para que cunda el germen de la intolerancia, al señalar como peligrosas a diversas agrupaciones religiosas en todos los países, incluido México, así como sospechosas a todas las agrupaciones cuyos conocimientos se apartan de las creencias religiosas o científicas convencionales. En todos estos casos hay un denominador común: el acto de juzgar, pero pocas veces se piensa que puede tratarse de actos que merecen el respeto de todos.
Si pensamos, por ejemplo, en el suicidio como una decisión de un individuo solo, como aquellos que se quitan la vida porque sufren por una enfermedad incurable, el juicio se mantiene, aunque hay en muchas mentes abiertas un espacio para el respeto y la comprensión. Se trata en este caso de poner fin a un sufrimiento interminable, y se trata sobre todo de una decisión propia, del ejercicio de la libertad de elección. Aquí aparece también una de las grandes discusiones del final del siglo, la de la muerte asistida. En el mismo ejemplo un médico u otra persona pueden intervenir a solicitud del enfermo apoyando su determinación, pero en este escenario se transita de un acto individual a uno que implica la participación de otras personas; es, pues, un acto colectivo. Aunque desde luego quedan implicados distintos elementos morales, éticos e incluso legales, en estos ejemplos se ha avanzado en las sociedades lenta, pero notablemente, en la aceptación del suicidio e incluso de la muerte asistida.
En el caso de San Diego, que ha recibido un juicio y rechazo generalizados, se cumplen sin embargo algunas de las condiciones expuestas en el párrafo anterior. Se trató de una decisión tomada libremente por cada una de las personas involucradas. A diferencia de lo que ocurrió en Waco, Texas, o en otras experiencias similares en las que se encontraron evidencias de que algunos fueron forzados a morir, en San Diego hasta ahora no se han ofrecido pruebas de que ésto haya ocurrido y no existen huellas de violencia. También, hasta donde sabemos, se trató de muertes asistidas, pues los decesos ocurrieron por grupos en horas distintas, sin que hubiese un solo sobreviviente.
Entonces, ¿cúal es la diferencia entre el enfermo que decide libremente morir y solicita la ayuda médica o de algún familiar para cumplir su propósito, y el suicidio colectivo de San Diego? La única diferencia importante es la causa. La condena se produce porque el suicidio colectivo de San Diego, se debió a razones difíciles de entender por la mayoría. Aunque no todos lo compartan, a casi todo mundo le queda claro que alguien acabe con su vida si padece cáncer o sida, o si se arroja a las vías del metro por problemas económicos o toma veneno por algún infortunio amoroso (algunas muertes por amor son incluso ensalzadas por la literatura, recuérdese Romeo y Julieta), o por defender a la patria (como se supone ocurrió con el suicidio colectivo de los Niños Héroes de Chapultepec). Pero lo que no se acepta es que alguien lo haga porque cree que alcanzará un nuevo nivel de existencia al abordar un OVNI que viaja detrás de un cometa, que es la razón que hasta ahora se ha dado acerca de lo que ocurrió en San Diego.
O sea, hay causas que son socialmente aceptadas y otras que son objeto de condena, solamente porque se apartan de lo que uno cree y piensa. El acto de juzgar revela en este caso simplemente la intolerancia con la que se enfrentan los hechos de la vida y de la muerte, y forma parte de un fenómeno de fin de siglo de la misma magnitud que los suicidios colectivos y tan interesante que merece ser analizado con la misma atención y cuidado.