Ruy Pérez Tamayo
El Colegio Nacional de Zacatecas

Para contribuir a la celebración del 450 aniversario de la fundación de la ciudad de Zacatecas (la fecha aceptada es 8 de septiembre de 1546, cuando Juan de Tolosa llegó a lo que hoy es esa bella ciudad), el gobierno del estado invitó a El Colegio Nacional a participar con un ciclo de conferencias. La invitación se hizo a través del Programa de Animación Cultural (Panimac) de la SEP, que dirige Víctor Sandoval y que coordina Paulina Campderá. Con la colaboración de Don Fausto Vega, secretario administrador de El Colegio Nacional, se organizó un programa de diez conferencias que se dictaron por otros tantos miembros durante la semana del 21 al 25 de octubre, así como dos exposiciones de la obra artística de otros dos miembros.

Los conferencistas fuimos (por orden de presentación, dos por día) Miguel León Portilla, Alejandro Rossi, José Sarukhan, Pablo Rudomín, Luis González y González (quien no pudo asistir por problemas de salud), Silvio Zavala, Vicente Rojo, Gustavo Cabrera, Arcadio Poveda, Ramón Xirau y Ruy Pérez Tamayo. Las conferencias se dieron en el Teatro Calderón y en el Ex-Templo de San Agustín; en este último también se encontraba la exposición de pintura y escultura de Vicente Rojo, mientras que la de cuadros de Rufino Tamayo se alojó en el Museo Goitia.

Toda la instrumentación local del programa estuvo en las gentiles manos de Paulina Campderá y sus colaboradoras, quienes realizaron una labor ejemplar y sin tacha en una tarea compleja, difícil y con altas probabilidades de echarse a perder simultáneamente en varios sitios en cualquier momento. Pero con sonriente suavidad, Paulina et al arreglaron viajes, recepciones en el aeropuerto, reservaciones en hoteles, comidas y cenas, proyectores de diapositivas, pantalla, aparatos de sonido, y otras cien cosas más, de las que siempre fallan y de las que ninguna falló.

Cada uno de los miembros de El Colegio Nacional escogimos hablar de lo que sabemos, por lo que las conferencias fueron de gran interés y muy bien recibidas por el numeroso público que llenó los locales en donde se dieron. Yo asistí a la de Ramón Xirau, en el Ex-Templo de San Agustín, sobre Tablada, López Velarde y Reyes, que como acostumbra fue espléndida, y a la que siguió un periodo de preguntas y comentarios muy nutridos; el auditorio llenaba la sala (con 300 asientos) y había mucha gente de pie.

Esa misma tarde me tocó dar la última conferencia del ciclo, y para mi gran satisfacción la sala estaba otra vez llena con gran número de gente joven, chavos y chavas de secundaria y preparatoria, que habían asistido con sus maestros y que (me dijeron) iban a tomar notas de lo que yo dijera y las iban a discutir posteriormente entre ellos y con sus profesores. Hablé sobre la ciencia en México, el público me obsequió con su atención generosa y al término de mi presentación los jóvenes me hicieron muchas preguntas y observaciones. Después, varios de ellos se acercaron, unos porque tenían algo más que preguntar, otros para que les firmara algún libro mío, y otros para darme las gracias por haber ido a hablarles a Zacatecas. Pocas veces me he sentido tan satisfecho con el resultado inmediato de una conferencia.

Por lo demás, el resto de nuestra estancia en Zacatecas la pasamos mi esposa y yo visitando el Museo Goitia, en donde están algunas de las obras más bellas que produjo el que para nosotros es el mejor pintor mexicano (sin ofender a los demás), incluyendo esa cumbre de la expresión del dolor y la desesperación muy nuestra, que es ``Tata Cristo''. Ahí admiramos también la exposición de Tamayo, que nos pareció una muy bella muestra. Como es nuestra costumbre, fuimos a la hermosa ruina del Convento de San Francisco y repasamos la mejor y más maravillosa colección de máscaras de todo el mundo, y volvimos a enamorarnos de los títeres de Rosete Aranda.

Pasamos medio día saludando a nuestros viejos amigos en la colección de arte de Pedro Coronel, que una vez más nos impresionó por su calidad, su amplitud y diversidad. Y también visitamos el Museo de Guadalupe, con sus bellísimos medallones de la vida de la Virgen, de Cabrera, y subimos a La Bufa, para mirar con ojos nostálgicos y amorosos a la hermosa ciudad de Zacatecas.

Nuestro regreso a México se realizó sin contratiempos, una vez más gracias a la eficiente y generosa actividad de Paulina, quien arregló todos los detalles mientras cargaba varias enormes maletas y dos pesadas cajas con papeles y libros, siempre con una sonrisa amable. Muchas gracias por todo, Paulina.