David Colmenares Páramo
¿El dólar, moneda nacional?

Nuevamente, Rudiger Dornbusch aparece, como lo hace cíclicamente, para arremeter contra el peso o -como hoy- para promover la creación de un Consejo Monetario en sustitución del Banco de México, que no le ha hecho caso a ``sus consejos'', y la sustitución del peso por el dólar como moneda nacional. Asimismo, pretende influir en la sucesión en el Banco de México, convirtiéndose en descalificador.

Estas actitudes de Dornbusch no son nuevas, ya el año pasado promovió una cruzada para que se devaluase artificialmente el tipo de cambio, con el pretexto de una sobrevaluación del mismo, lo habría estado provocando la pérdida de competitividad de las exportaciones. En ese momento acusaba al Banco de México de intervenir periódicamente en el mercado, lo cual es totalmente falsa. A mediados de febrero se reciclaron las presiones sobre el tipo de cambio. Por supuesto que quienes defienden intereses muy particulares omiten al criticar al Banco de México, por cumplir con su función de controlar la inflación, el efecto devastador de la devaluación sobre el nivel de vida de la población y los beneficios extraordinarios que ha dado a aquellos exportadores que basan su competitividad en el tipo de cambio y no en la productividad. También omiten hablar del encarecimiento en pesos de las importaciones de los bienes de capital y mantenimiento que demanda nuestro aparato productivo y del impacto presupuestal negativo derivado del incremento en pesos del servicio de la deuda externa.

Curiosamente, Dornbusch recomienda la creación de un Consejo Monetario, basado en la experiencia argentina, que por lo que vemos en el avance de su economía, no ha sido tan exitosa. Su creación implicaría desaparecer el Banco de México y que el dólar fuese la moneda en circulación. Las cosas no son tan sencillas, veamos lo que sucede en Europa.

Ahí, un tema que domina en estos momentos el análisis y la discusión económica es la entrada en operación de la moneda única. Las diferencias en los niveles de desarrollo entre los países europeos no son tan amplias como las que se dan entre la economía estadunidense y la de nuestro país. Sin embargo, los quince países comprometidos en el Tratado de Maastricht aparecen divididos sobre la entrada en operación del euro, particularmente en lo referente a la unión monetaria. Por ejemplo, el Pacto de Estabilidad del euro incluye sanciones a los países deficitarios, que serán acumulables año tras año; a fines de 1996 se acordó sancionar a aquellos países que entren al euro y tengan un déficit superior a 3 por ciento del PIB, ``obligándoles a efectuar un depósito sin interés de hasta 0.5 por ciento del PIB (0.2 por ciento fijo y una décima adicional por cada punto de exceso de déficit sobre el techo de 3 por ciento), que a los dos años se transforma en multa si no se ha corregido el desbalance'' (El País, 06.04.97).

Los europeos hablan de un proceso de integración económica global, con un sustento fundamentalmente político. Los diferenciales de inflación son la base para la inclusión de quienes formarán parte de este proceso de integración. Los españoles, por ejemplo, hacen esfuerzos importantes para no rebasar las metas de inflación, porque para formar parte de la unión, los precios no deben rebasar la media de los últimos doce meses de los tres socios europeos -Finlandia, Suecia y Austria-, con menor tasa de inflación, más 1.5 por ciento. El mes pasado fue de 2.6 por ciento. Esto es para formar parte de la unión monetaria que requieren economías con tasas de inflación homogéneas.

Considerando lo anterior surgen dudas sobre la seriedad de las declaraciones televisivas de Dornbusch. Los desniveles económicos entre nuestro país y Estados Unidos, los conflictos políticos, así como el trato a los trabajadores mexicanos en ese país, hacen totalmente inviable pensar en ese camino. Ello favorecería, además, a los lavadores de dinero.