El barrio de Triana, que se mira en el Guadalquivir, ufano de la hermosura de su plaza de toros, se llenó de sonoridades y blanqueaba y reflejaba en la tarde asoleada por el triunfo apoteósico de los toros de Victorino Martín, Los Victorinos, que tenían todo lo que es menester: trapío, casta, leña, fuerza y nobleza, este viernes pasado.
En el marco de rosales de pitimi y enredaderas con campanillas azules, los cabales parecían exaltados al paso de Los Victorinos, que iban desde aquí hasta allá, más fijos que la plaza misma. Los rayos del sol ponían reverberaciones en el aromado ambiente y una faena riñonuda del Tato, llena de temple, estalló bajo el azul clarísimo del cielo y las notas del paso doble torero.
Los cabales se removían, colmados sus afanes, de ver toros y no borregos amaestrados, el paso del sol que se quebraba en áureos resplandores. Llevándose entre flores y luces, esos Victorinos en la memoria que aún conservan su nobleza y donaire en el embestir encastado que requiere de toreros con mucho valor y torería para torearlos.
Sólo el Tato pudo con el quinto de la tarde, al que toreó tragando paquete. Evidentemente el victorino estuvo por encima de él y pedía una muleta aromada. Como estuvieron encima de Jesulín de Ubrique y Pepín Liria, quien se salvó de la quema, con un valor espartano que lo llevó a la enfermería con una cornada menos grave.
Y los cantares volaban, como volaban los victorinos llevando el secreto de la casta que hace al toro de lidia portador de emoción. Galanes de airoso porte que se revolvían en la roja capa y nos recordaban históricas remembranzas toreras de un ayer lejano de días de grandeza, que para siempre quedaron consagrados por la fama.
Tardes de toros y sol en la vieja plaza de toros sevillana que rugía con rumor de cataratas que se despeñaban violentas sobre el redondel. Tarde cuyo glorioso recuerdo las crónicas relatarán lances toreros que recordarán a los grandes del toreo con toros de verdad.
Leyendas que llegaban hasta nosotros y de repente se volvieron realidad al contemplar la belleza imponente de los toros de lidia. Los mejores que pisan actualmente los ruedos del mundo. Los de Victorino Martín, ganadero rumboso y de postín que nos trajeron nueva luz abrillantadora del toreo al iluminar la fiesta brava con resplandores de emoción. La emoción que da el peligro y la habilidad del torero para sortearla si puede con belleza, y si no, de perdida con muchos arrestos como El Tato, o nuestro sotoluco en Madrid.