Un juez alemán, basándose en pruebas y hechos, condenó al gobierno iraní por el asesinato en Alemania de cuatro luchadores por la libertad del pueblo kurdo iraní. Los países de la Unión Europea, salvo Grecia, convocaron a sus embajadores en Teherán (aunque no rompieron relaciones con el gobierno de los mullahs) y, como reacción ante este aumento del aislamiento político de Irán, una enorme multitud asedió la embajada alemana en la capital de ese país y, además, condenó a Estados Unidos y a Israel, sosteniendo que ambos habían sido los promotores de la actitud europea occidental. Hasta aquí los hechos.
En cuanto a las posibles consecuencias, es probable que el régimen iraní tome medidas contra las inversiones alemanas y suspenda las compras de bienes en ese país, pero al mismo tiempo es de suponer que tratará de remplazar esos flujos financieros y comerciales por otras fuentes europeas (en la medida de lo posible, provenientes de los países de Europa oriental, además de Rusia, así como por empresas francesas e italianas, desde hace rato activas en el mercado iraní y muy poco solidarias con sus colegas-competidoras alemanas). El bloqueo europeo, por lo tanto, es frágil, afecta poderosos intereses y es poco probable que pueda durar. En todo caso, como un efecto colateral, alienta la belicosidad de Irán contra Washington y Tel Aviv, o sea, a corto plazo, el terrorismo de Hezbollah, desde Líbano y Palestina, con dinero y armas aportadas por Teherán.
Es pertinente recordar que el terrorismo de Estado, que en el caso de Irán se dirige contra los kurdos y contra los disidentes, no es exclusivo del gobierno de Teherán; Israel lo ejerce todos los días en Palestina y Turquía -por citar sólo dos países importantes de Medio Oriente, ambos aliados estrechos de Washington- lo utiliza contra los opositores y contra los guerrilleros kurdos, refugiados o no en Irak.
Quizás el golpe más duro que podrían dar los europeos al gobierno iraní sería tratar de aplicar la Convención Internacional de Colombes, que reconoció después de la Primera Guerra Mundial a la nación kurda, pero eso chocaría con Turquía, que es miembro de la OTAN (además de afectar a Irak, un buen cliente sobre todo de Francia). En la medida en que los negocios sigan dando la pauta a la diplomacia europea y sigan minimizando a la legalidad internacional y a la moral como criterios de Estado, es difícil que el asesinato de los cuatro kurdos en Alemania logre introducir un cambio significativo en la tibia política de la Unión Europea hacia Irán. A este respecto conviene observar que incluso Grecia, ferviente defensora de los kurdos (entre otras cosas, por sus diferencias con Turquía) ha adoptado, no obstante eso, un perfil muy bajo en este problema y subordina los derechos de aquéllos a sus relaciones con Teherán.
Por el otro lado, el nacionalismo iraní tiende a hacer un frente único con el gobierno de los ayatolas sobre la base de la protesta contra el bloqueo de las grandes potencias. Además, el racismo imperante en la extrema derecha alemana contra los ``turcos'' (muchos de ellos, en realidad kurdos) alienta en los pueblos mediorientales tanto la rabia contra los países industrializados como el fundamentalismo y el extremismo religiosos.
De este modo la extirpación del racismo en Occidente, la promoción del derecho de autodeterminación de los pueblos (incluyendo a los kurdos) van de la mano con la lucha contra el terrorismo de Estado. Separar todos estos problemas equivale a buscar la paja en el ojo ajeno.