Hermann Bellinghausen
Ventana de entonces

1. Abierta y absorta, la ventana de entonces fue una gran ventana, con la forma de un edificio, de una puerta. Vidrio cuadriculado por la madera, o agujero en la pared, permitía ver azucenas y montañas, en ese orden, y entre las dos hojas, sus brazos, las arañas de todo tipo se organizaban paseos fenomenales.

Hace años. No recuerdo bien bien. La ventana era una esponja, o algo así. En aquel recinto de sus aullidos diurnos y nocturnos, Tántalo se entendió con Job. Llegó a parecerme una nave espacial; sobre una silla que rechinaba volé al espacio cósmico y sideral del universo. Eso me pasaba por leer ciencia ficción, de verla en el cine Vanguardias, tener una memoria imberbe atiborrada de cómics nunca obsoletos.

El futuro no tiene fecha de caducidad. No había que merodear Point Reyes, en la Alta California, para vislumbrar el lado inalcanzable de la otra plana.

Bastaba una ventana. No habían advenido aún las computadoras con sus Windows para adentro: ilusión de ``afuera''. Apenas amanecían los aparatos televisores en Sears, El Hogar Zenith, Woolworth, y la NASA hacía sus pininos en un cañaveral de Florida. Kennedy todavía no existía, y para mí, ni siquiera el rocanrol, aunque un tío, jovencito, ya portaba esa clase de discos.

Había lo que yo llamaría una constancia en los cometas: no pasaban nunca.

Eso ha cambiado. Ultimamente los cometas pasan más seguido y más cerca (sin contar el Halley, una mirruña, no es el de antes). Pero en los años de mi ventana los cometas no pasaron. Los hubiera visto.

Lo que nunca esperé fueron ovnis. Y eso que la escenografía se prestaba. Si apenas puedo entender que haya vida en este planeta, cómo voy a imaginármela en otras galaxias, lo mismo da si igual o distinta.

Cuando bajaba la bruma atrás de la casa, las sombras arboladas y los nuevos departamentos se alargaban, hacían confusos, borrados, y podía brotar de la espesura cualquier ser extraordinario. O nada.

2. Escaparate de los pájaros, casa de la montaña, de los grandes encinos, sauces, alcanfores, eucaliptos, los frutales durazno, ciruelo, higuera, la maleza, al asomarme a la venta y tripularla, daba la espalda a la ciudad, y a todas las cosas en general.

Donde menos se tiene, menos se necesita, y allí no había nada.

Leía mi ventana como leía libros. Casi podías tocar el cielo, y lo soltabas. Lugar desinteresado, donde hablaron los fantasmas de entonces y de ahora, y yo con ellos.

Cuando se suscitaba alguna conflagración familiar, y tú métete a tu cuarto, podía ser lugar de encierro, pero hasta en esas, la ventana era el espacio de la libertad, la puerta trasera de la imaginación, la falta absoluta de amarras.

No sé si sea el fin de milenio, que por lo visto tiene la culpa de todo, pero ahora el presente nos resulta un desconocido. En aquellos años el presente era lo único seguro, y parecía fijo, como una kodakcrome que cada domingo en el jardín renovara su vigencia. A ver niños, levanten la cara, digan chis.

3. Lo más raro son los recuerdos. Ni siquiera el futuro es tan extraño. Pero recordar un pasado poblado de figuraciones del futuro es una audaz movida del ajedrez del pensamiento, que pone en entredicho la ley de la gravedad, y la conjugación de los verbos, que en castellano deliran prestidigitación. Aunque sus reglas.

Era un zotaco entonces. Lo único que sabía de la vida era que estaba allá afuera, al otro lado de la ventana, y eso me parecía suficiente. Cuando uno es chavo, se le meten ideas muy raras y personales, y las cree a pie juntillas.

El universo que asomaba por mi ventana era extenso como un espejo; no me acuerdo qué reflejaba, nada más veo en mi memoria lo que había al otro lado, que veía yo allá y sentía que me llamaba a su astronómico dominio.

Un magma como el del planeta Solaris, que puede tragarte con sus palabras.

Sí, era buena mi ventana de ese entonces. Era como ir a la escuela y pasar a su lado un delirante recreo sin término.

En resumen, una ventana fue mi primera compañera. De eso sí me acuerdo. Y que el cielo o firmamento era muy grande, y estaba lleno.

4. La Peni asomó por la ventana un día de mi santo. Todos los niños estábamos enamorados de ella. Supongo que también los grandes. Al pasar por la calle, no me devolvía el saludo. Ella era grande, yo no. El apodo le venía de que la rodeaba el mito de que vivía encerrada, típica princesa de cuento.

Vivía sola con su mamá. La historia de esas dos mujeres sin familia no existía, todo eran suposiciones maliciosas de mi mamá, mis tías, las otras mamás, y toda la pandilla de cascareros de la cuadra, que interrumpían el partido para no perder detalle de ninguna de las dos. Porque la que ``paraba el tráfico'' era la mamá. Ellas eran tema favorito.

Por mi ventana nunca asomaba nadie. Estaba en alto y daba a un baldío sin dueño aparente. Así que la aparición del óvalo liso y fresco de La Peni ante el parabrisas de mi nave espacial fue, qué digo una sorpresa, un acontecimiento. Andaba por las ramas de la yedra, pegada al muro, huyendo. Llevó su índice a los labios rojos, bárbaros, invitándome al secreto.

No la conocía de frente, no tan de cerca. Pero ya hasta me había masturbado pensando en ella. Golpeó el vidrio para que abriera. Habló pronto, agitadamente. Que se iba, que yo era el único que sabía, ni su mamá. Que si yo fuera más grande, me llevaría con ella. No le creí. Lo decía para ganarme, pero me halagó la distinción. Uno se deja usar por la mujer que ama.

Soltó sus manos blancas, grandes, delicadas, y cayó a la maleza. Me asomé en posición de voy a vomitar, así de brusco, para no perderla de vista. La vi alejarse a la carrera por el baldío. Y le vi una cauda, o algo, persiguiéndola alegremente.

Su desaparición coincidió con un robo importante en casa del dueño de la Farmacia del Socorro, único rico del barrio, odiado, libidinoso, siempre listo para llamar a la patrulla cuando le rompíamos un vidrio con la de gajos. Hubo escándalo, sobremesas venenosas en la casa, sobre todo cuando vino la policía a investigar en la colonia. Pero nadie tuvo lástima del farmacéutico. A los tacaños no los quiere ni el diablo.

De La Peni, único cometa de verdad que alguna vez pasó por mi ventana de entonces, ni rastro...