Emilio Krieger
Doble voto de agradecimiento

El tañido de las campanas construidas con acero bien templado o con bronce adecuadamente fundido, resuena sonoro y amplio; en cambio, el de las fabricadas con cerámica frágil o con cristal, no produce sonido llamativo ni duradero. Algo similar ocurre con el apelativo que los fieles católicos usan para denominar o para dirigirse al jefe de su Iglesia: el de ``Su Santidad''. En gargantas de creyentes suena muy bien y refleja sincera sumisión. En cambio, en la voz de los herejes, los laicos, los ateos, los heterodoxos o los paganos, aparece cubierto de falsedad, de mixtificación. Por ello, prefiero referirme al jefe de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, titulándolo con el ``don'', que es apócope del latino ``dominus'', que tan merecido tiene Juan Pablo II, tanto por sus cualidades personales como por su avanzada edad, que ``malosamente'' ha aprovechado la Televisa azcarraguense para presentarlo como la figura televisiva más espectacular de México, al menos durante la Semana Santa, en donde durante horas y horas vimos la figura ya declinante y temblorosa del Papa.

Pero resulta muy alentador comprobar --o certificar, como se acostumbra decir ahora-- que don Juan Pablo continúa teniendo la energía que exhibía cuando corrió al Abad multimillonario de la Basílica de los más humildes mexicanos y lo mandó a su natal Austria para seguir disfrutando de la fortuna amasada con ricos donativos de los oligarcas y con millones de paupérrimas limosnas de pobres y tristes indígenas, fervientes seguidores de la Virgen de Guadalupe, en cuya existencia histórica no cree el ex Abad Schulemburg. Pero inesperadamente, esa misma energía mostró don Juan Pablo cuando, a unos cuantos días de la entrada en vigor de la nueva legislación migratoria norteamericana y apenas a tres meses de las elecciones mexicanas del 6 de julio de 1997, decidió correr también a otro de los grandes rufianes que manchaban la figura y la acción de la Iglesia católica en México. Me refiero a la decisión de cesar a Girolamo Prigione como nuncio apostólico y embajador del Vaticano ante el gobierno mexicano.

Sin duda, la separación de Prigione, después de 18 años de negativa actividad en nuestro país, es muestra palpable de la energía que aún conserva don Juan Pablo, a pesar de su senectud y su evidente mala salud. Sólo un detalle quedó por resolver: mientras que al austriaco Schulemburg lo mandaron a disfrutar de su fortuna y a jugar ``golf'' a su país de origen, nada se ha dicho oficialmente respecto a la futura residencia del nuncio a punto de ganarse el nobilísimo prefijo de ``ex''. Por ello, corren tres versiones: una, la de que Prigione se irá a vivir a Cuernavaca, para no privarnos del placer de su presencia; otra, que lo domiciliarán en el Vaticano, para iniciar un peculiar juicio de residencia; y la tercera que lo mandarán a Dublín, Irlanda, pero no se ha aclarado si como un prófugo más o como un confesor de elevada alcurnia.

Sea cual sea el destino final de tan conocida figura episcopal, creo que los mexicanos, seamos o no fieles de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana, tenemos una doble y evidente motivación de gratitud admirativa hacia don Juan Pablo, por su doble resolución de habernos liberado de dos rufianes, que multiplicaron sus riquezas materiales a costa del pueblo nuestro y motivaron graves conflictos entre nosotros, tanto a nivel de teologías sobre la existencia de Nuestra Madre Guadalupana como a nivel militar, a través de los intentos de desaparecer el hambre y la indignación de millones de indígenas mediante el eficaz sistema de privarlos militarmente de la vida.

¡Mil veces duplicadas gratitudes a don Juan Pablo, por las razones expresadas. Y junto con ellas, una invitación a la sociedad mexicana para que aproveche la oportunidad que el Papa le brinda e imponga la reconciliación nacional por el camino hacia una paz justa, digna y duradera, en Chiapas y en México entero!

Con mi respetuoso saludo y mi admiración a la bonhomía aún actuante de don Juan Pablo II.