Varias implicaciones tiene el hecho de que el presidente Zedillo haya tomado la protesta a los candidatos de su partido. En el acto se refrenda que la promesa de sana distancia ha quedado en el olvido; que de aquel diagnóstico presidencial original que veía que acentuando su carácter de jefe de Estado por sobre el de jefe de gobierno se hacía una mejor aportación a la normalidad democrática, no queda nada. Ahora la apuesta es acentuar su carácter de jefe de gobierno. Y lo hace no sólo concurriendo a la sede de su partido, sino señalando los riesgos que su proyecto corre en el caso de que su partido pierda la mayoría. No habrá manera de diferenciar el destino de los candidatos priístas --hoy candidatos zedillistas-- de la valoración de la gestión presidencial. En el caso de una derrota, no cabrá la excusa de que el candidato no era el óptimo; en el acto, Zedillo los certificó a todos.
Así el presidente vuelve a la audacia: así como la sana distancia parecía una apuesta sensata, pero sin duda arriesgada, ahora la del maridaje absoluto, la del destino indisociado entre él y su partido parece una apuesta colmada de riesgos. Los beneficios potenciales de ambas rutas eran distintos. En el fondo se le suben los costos a la contienda, y se distorsiona la naturaleza de lo que se va a elegir. Más que una elección legislativa, que pudiera ser entendida sólo como tal, en los actos se quiere subrayar el carácter de plebiscito a la gestión presidencial. Si el PRI resulta ganador, no habrá mayores problemas respecto de la situación política que se genere. En cambio si el PRI resulta derrotado, la pregunta es cómo evitar que la oposición demande cambios más radicales que los que podría promover desde el Legislativo, toda vez que el propio titular del Ejecutivo ha establecido el carácter de la contienda.
Pero además parece oportuno que si el presidente Zedillo ve como arriesgado para su proyecto la pérdida de control priísta en la Cámara de Diputados, se nos anuncie desde ahora en qué consistirá la agenda legislativa zedillista en la segunda mitad de su sexenio; que no ocurra como cuando los diputados priístas en 1991 se hicieron elegir sin haber advertido a sus electores que pretendían reformar temas tan polémicos como el ejido o las relaciones con las Iglesias.
Otra señal que se deriva del acto que hermana los destinos de los candidatos priístas con el gobierno federal, tiene que ver con los excesos de entusiasmo entre los funcionarios públicos, excesos que le costaron el cargo al secretario particular del director de Comunicación Social de la Secretaría de Gobernación, pero cómo evitar que otros servidores no se entusiasmen y dediquen horas y recursos a una contienda que desde la presidencia se juzga vital.
Defender la obra de gobierno es apenas un acto natural de toda administración, pero la presidencia de la república de este país no es una institución cualquiera, de manera que involucrarse en las campañas, atacar a sus oponentes y defender a sus prospectos es un acto que puede llevar riesgos. No abrirse un espacio para distanciar el resultado de los comicios de la propia suerte de la presidencia, puede ser una apuesta equivocada. El gran riesgo, me parece, es que Zedillo complete el tránsito y pase de ser jefe de Estado a jefe de gobierno, y de ahí sea reconocido únicamente como jefe de partido. Entonces sí la profecía del caos se autocumplirá. La transición habrá transitado hasta su paraje más costoso.
En lugar de estar pensando y discutiendo qué adecuaciones habría que hacerle a la Constitución para que fuera administrable un escenario en que el partido del Ejecutivo perdiera el control del Legislativo, la consigna parece ser echar toda la carne al asador, subirle desproporcionadamente los costos a una eventual derrota y hermanar riesgosa y, hasta cierto punto, demagógicamente la viabilidad del proyecto zedillista a la suerte que corran los candidatos del tricolor. La transición ha transitado. Desde la perspectiva del Ejecutivo la consigna parece ser: nos vemos el 6 de julio. Ahí nos veremos todos. Ojalá que todos podamos también entender los resultados de los comicios. Al tiempo.