Pongo una nota discordante en el concierto ``Dominio del idioma español sobre las lenguas indígenas'', a propósito de la fiesta y la severidad académica vividas en Zacatecas. Señalo en primer lugar el vicio de hipóstasis que a cada paso cometemos, por el cual conceptos y entidades abstractas se vuelven personas, entidades con vida propia, como ocurre con expresiones como esa: dominio del idioma español. Parábolas y metáforas valen, pero no en el espacio de la reflexión científica, esfera en la cual no tiene lugar un ente sustancial llamado idioma español.
La conquista y el dominio fueron obra de los españoles primero y de la sociedad no indígena después, no del idioma como tal. La hegemonía impuesta por la fuerza conllevó, ciertamente, la imposición de una lengua distinta de las precortesianas, pero el examen de la brutal injusticia cometida a los indios a lo largo de siglos no puede desconocer que desarrollos históricos (que no pueden ser analizados en este espacio) produjeron --válidas todas-- unas lenguas más valiosas que otras, si se las ve en la perspectiva del desarrollo humano. En esta perspectiva, el conservadurismo es contrario a ese desarrollo.
El habla, o mejor, la multiplicidad de hablas --actos individuales--, convergen en una lengua, entendida por Saussure como código o sistema de signos que, como todo lenguaje (verbal o no verbal, artificial, formal o profundo) transmite, conserva y elabora información de acuerdo con unas normas específicas. Gracias a ellas, pese a sus diferencias, las hablas habitan una misma lengua.
La lengua no existe como práctica humana, existen las hablas. A través de éstas, las lenguas se interpenetran y modifican. Desde el remoto pasado hasta nuestros días, mientras muchas lenguas desaparecieron, otras, por la vía de sus hablas penetraron a las demás, cada una con distinto alcance, pero todas con velocidad creciente, fundando las más fuertes su capacidad en un mayor poder económico, científico, cultural, militar, tecnológico.
Hoy sabemos más acerca del indoeuropeo, remoto tronco común (seis o siete mil años atrás), progresivamente descubierto, que tuvo una vasta descendencia, con siete grandes ramales: balto-eslávico, germánico, céltico, itálico, helénico, anatolio, indo-iranio y tocario. Esos ramales, a su vez, tuvieron una descendencia de alrededor de 80 lenguas (véase A. Alatorre, Los 1,001 años de la lengua española, FCE).
Refiero tres de esos ramales: 1) el germánico, con tres subramales: septentrional, occidental y oriental; del primero derivaron: danés, sueco, noruego, islandés; del segundo: inglés, frisio, neerlandés, alto y bajo alemán, yidish; del tercero: el gótico; 2) el itálico, con los subramales osco-umbrío y latino-falisco; de éste último deriva el latín y en línea directa del protorromance: portugués, gallego, español, judeoespañol, catalán, provenzal, francés, sardo, italiano, romanche y rumano; 3) el helénico, que pare al griego.
La familia indoeuropea --especialmente los tres subramales señalados-- agrupa a las lenguas y culturas en las que --a través de miles de años-- se produjo hasta hoy más de la mitad de todo lo que se ha escrito acerca de todo, generó con mucho la mayor parte del conocimiento científico acumulado, la mayor parte de la filosofía, el mayor desarrollo de las artes, las tecnologías más complejas.
La historia futura de la interpenetración cultural y lingüística eliminará a un buen número de las lenguas de esta misma familia, y a muchas otras pertenecientes a familias distintas de la indoeuropea.
Todo parece indicar que la historia del mundo continuará siendo la de la modernización y la generalización creciente de las culturas occidentales. Crece la presencia de Oriente a la par que se occidentaliza: coreanos o japoneses ``piensan'' la ciencia y la tecnología en inglés. Pensar y entender con la mayor potencialidad la existencia tendrá ventajas si se hace desde el logos plural de la familia indoeuropea. Eso está ocurriendo en Africa: ahí puede discernirse entre las avasalladoras relaciones políticas de dominio, y las posibilidades de emplear una lengua moderna con la cual aprehender de mejor modo el mundo.
Sin menoscabo de que las comunidades indígenas conserven por el tiempo que deseen sus propias lenguas (ello ha sido una de sus estrategias de supervivencia), y a la par que van hallando las rutas de su liberación, les es altamente conveniente imbuirse de la lengua de sus dominadores, porque tiene ventajas sobre la propia. El orgullo no debe obrar contra uno mismo.