A través del Instituto Goethe, Gunther Uecker, nacido en 1930 en Meckleburgo, ciudad que quedó dentro del ámbito de la ex RDA, presenta una instalación integrada de objetos volumétricos y de soportes en los que los clavos asumen diverso tipo de funciones y de efectos con el título de El hombre vulnerado, en el Museo Universitario del Chopo. Pocos conjuntos, incluidos los de Beuys y sus seguidores en Munchenglassbad, ofrecen la oportunidad de enfrentarse a una instalación tan bien pergeñada, limpia y denotativa del concepto del autor. Aunque se trata de una instalación itinerante, el artista conoció previamente el espacio destinado a presentarla, él mismo trabajó en el montaje. Quienes fueron sus colaboradores cercanos en el museo, alaban su sencillez, su claridad y su humanismo.
La ``obra'' está integrada de 14 piezas que a la vez pueden, o no, incluir varios objetos. Algunas van adheridas a mamparas como si fueran pinturas y hay un soporte fragmentado que funciona a modo de pizarrón. Todas fueron realizadas en el taller del autor, un galerón en la ciudad de Düsseldorf. Dice Uecker que su propósito básico consiste en acercarse a la pintura a través de materiales que no tienen que ver tradicionalmente con ella, por lo que los elementos están aplicados pictóricamente a las superficies. Claro está que no hay efectos ilusionistas, sino lo que hay es un campo --delimitado por el espacio en dos niveles que ofrece el museo-- en el que cada una de las obras, conservando su individualidad, configura un todo. Uecker se va construyendo andamios intentando, según sus propias palabras, ``esa impertinencia de señalar con el dedo, ese recurrir a las malas artes para acercarse a la forma, es decir, a lo artístico''.
Y lo logra. La instalación tiene una densidad poética incuestionable. El profesionalismo y la precisión con el que están trabajados los materiales burdos coadyuva a ello. En Alemania y otros países europeos, Uecker es conocido como ``el artista de los clavos'' porque los clavos se le han constituido en cierto modo en landmark de su escritura, pero su capacidad de acción lo lleva más allá de las premisas implícitas en el grupo ZERO al que perteneció desde 1958 en que fue fundado, hasta 1966 en que se disolvió.
Afirma que por largos años se ha ocupado de los procesos de la historia espiritual y que al abandonar la RDA se encontraba en búsqueda de una noción que le permitiera paliar la discordancia entre el principio social, seductor pero utópico del marxismo-leninismo y lo que se vivía en la decepcionante realidad cotidiana. Buscó premisas en el budismo, en el cristianismo, en el judaísmo y en el profeta Mahoma.
Otra de sus experiencias fundamentales en la consecución de sus metas artísticas, que implican grandes descargas de energía y trabajo físico (como pintar una calle entera de blanco, lo que lo vincularía en cierto modo a Christo y a los exponentes del earth art) fue su permanencia en una clínica psiquiátrica en la que se propuso investigar las fronteras de la imaginación humana. Este intento es de raíz netamente romántica, y no suele dar resultados, porque bien sabemos que aquello que en la imaginación del artista provoca sensaciones de apertura, de aventura y descubrimiento, en el enfermo mental severo no provoca sino terror y desamparo.
Los títulos de las piezas que integran esta instalación hacen suponer que cada una de ellas puede funcionar de manera individual, o bien reciclarse para integrar otro conjunto. Las apariencias hablan de heridas, de curaciones, de vulnerabilidad, pero también de apaciguamiento y simultáneamente de acción. Si bien el uso de la madera, las sogas, el engrudo blanco, los clavos y las piedras son constantes, no hay serialización. Así Campo agresivo (en tanto que va adosado a una mampara funciona como cuadro) puede gozarse atendiendo a los efectos op que le son propios, sin que el concepto que lo anima se pierda mientras que el impresionante bosque de piedras colgantes es en realidad una instalación integrada a otra.
Como instalador, Uecker es artista y es filósofo, lo opuesto al instalacionista ficticio que protagoniza una apasionante novela de reciente aparición. Me refiero a La muerte de un instalador, de Alvaro Enrigue, que mereció el premio Joaquín Mortiz de primera novela 1997.