Luis Hernández Navarro
No llueve café en el campo

Quizás influidos por la canción de Juan Luis Guerra en la que espera que llueva café en el campo, los funcionarios responsables del sector agropecuario han anunciado cifras récord de la cosecha del aromático --cifras que sólo existen en sus discursos--, y se han apuntado en su cuenta algunos resultado favorables en el comportamiento del sector, aunque no tengan nada que ver con las medidas que han impulsado.

Ciertamente, en el ciclo 95-96 la producción nacional de café tuvo un incremento significativo. Se obtuvieron entonces 5.4 millones de sacos de 60 kilos, casi un 30 por ciento más que en el ciclo anterior. La Secretaría de Agricultura (Sagar) y el Consejo Mexicano del Café (CMC) anunciaron que estos resultados se habían obtenido gracias a los apoyos proporcionados por el programa de Alianza para el Campo. La realidad es, sin embargo, otra. Los recursos de este programa se entregaron hasta septiembre de 1996 mientras que la cosecha había terminado en marzo de ese mismo año. ¿Cómo va a ser posible que un programa aplicado seis meses después de concluida la cosecha sea el responsable de su éxito?

El incremento en la producción del aromático se debe a otras causas por completo ajenas a las políticas oficiales. En lo esencial fue el resultado de la subida de los precios del grano a nivel mundial que creó entre los productores expectativas de ganancias mayores a las normales. Estos respondieron invirtiendo en el cuidado de los huertos y en una más adecuada fertilización de las plantas.

En contra de las declaraciones del responsable del CMC, durante el ciclo que acaba de concluir la producción de café sufrió una baja significativa al caer hasta los 4.7 millones de sacos. En esa perspectiva los anuncios de la CMC en el sentido de que en el año 2000 nuestro país producirá más del doble de lo que obtuvo en la última cosecha, esto es, 10 millones de sacos, son o una muestra de ignorancia (¿pensarán que de verdad llueve café en el campo?) o de demagogia. Cálculos mucho más responsables señalan que de mantenerse los programas de apoyo al sector la producción se incrementará hacia finales del siglo apenas un millón de quintales más.

Un gran problema adicional de la política oficial cafetalera es la negativa a que México participe en la Asociación de Países Productores de Café. La falta de inventarios se ha traducido en pérdidas significativas de divisas para el país. De por sí el café mexicano se vende en el mercado mundial a precios por debajo de los de la Bolsa, mientras el colombiano se cotiza 33 dólares arriba y el de El Salvador en 11 dólares más. Como resultado de esta política, entre octubre de 1996 y febrero de este año, nuestro país había exportado el 66 por ciento de sus posibles exportaciones. El precio promedio del aromático entre octubre y febrero fue de 119 dólares el quintal. A ese precio promedio vendimos. En la primera quincena de febrero el precio promedio subió hasta los 159 dólares y en las siguientes semanas se elevó hasta niveles de 190 dólares. Pero, para ese momento, nuestro país no tenía casi inventarios. Vendimos la mayor parte de nuestro aromático a precios bajos y perdimos los precios altos.

A partir de mayo las exportaciones mexicanas se reducirán drásticamente y puede presentarse un serio problema de abasto interno. Así las cosas habremos vendido café de buena calidad barato y tendremos que importar café añejo a altos precios, al menos, claro, que llueva café en el campo.

Finalmente, entre muchas otras diferencias, la política hacia el sector padece un gran problema que es el de la reducción del presupuesto destinado al mejoramiento y renovación de cafetales para el próxima ciclo. Este pasará de 79.15 millones de pesos durante 1996 a 59.66 millones de pesos en el 97. Tal y como lo ha señalado la CNOC, si consideramos una inflación del 27.5 por ciento habrá una reducción presupuestal real del 41 por ciento.

El café es una actividad que ha traído al país divisas por cerca de 600 millones de dólares anuales, que ocupa a más de 280 mil productores directos y a más de 300 mil jornaleros esporádicos. En lugar de adjudicarse éxitos que no les corresponden, de alterar las cifras y de crear falsas expectativas, sería conveniente que los funcionarios responsables del sector articularan, junto con los productores, una política coherente e integral. Después de todo, el café no llueve en el campo.