Los hombres de nuestro tiempo nos desayunamos con escándalos más o menos pasajeros y asimilables. Hace unos días, el Boston Globe dio a conocer uno de ellos: varias empresas estadunidenses, que aportaron al Partido Demócrata donativos para su campaña por un monto total de 2 millones 300 mil dólares, fueron incluidas sin criterio justificado en misiones comerciales del gobierno de Clinton y apoyadas por éste, de la misma manera, para obtener créditos por 5 mil 500 millones de dólares.
Escándalo menor, pues quienes pudieran magnificarlo son los grandes empresarios que saben que la condición del desarrollo del capital es la corrupción política y que el punto de intersección de una y otra se produce, con mayor intensidad, en las campañas políticas.
Ese aspecto degenerado de la democracia lo hemos calcado de Estados Unidos. Después de las evidencias ilegales que llevaron a Roberto Madrazo al poder -por mencionar el caso más grueso-, es probable que una investigación periodística diera a conocer en Tabasco algo semejante a lo descubierto por el Boston Globe.
Las elecciones son, para nosotros, inversiones tan disfrazadas como privilegiadas. De aquí su formato: más que actos proselitistas, de genuina discusión (no los demagógicos torneos de oratoria para conmover a las masas, que ya todo mundo espera) y acercamiento al pueblo, han devenido en formidables despliegues de publicidad y mercadotecnia. Impregnada la política del interés de los comerciantes, lo importante es vender: se venden reclamos e imágenes y se ofertan plataformas políticas.
Los políticos juegan el papel de meros intermediarios de los hombres de negocios que, para ampliar su fortuna, invierten en éste o aquél candidato para cobrarle con creces la factura una vez que haya llegado al poder. Esta es una de las razones por las cuales se han mantenido altos los topes de los gastos de campaña en la legislación electoral mexicana.
Contrario a la república y a la democracia, el efecto de la inversión electoral es poner lo público en manos de lo privado. Hay ejemplos de que las campañas electorales pueden dejar al margen la publicidad, casi siempre plagada de actos teatrales y mensajes imbéciles. En el Distrito Federal, muchos actos de campaña de Cuauhtémoc Cárdenas no requieren más que de su presencia. Sin tener siquiera que hablar, la gente sabe lo que él significa desde los puntos de vista político y moral: garantía de transparencia y solidez.
En medio del abuso de medios publicitarios, el priísta Natividad González Parás protagoniza en Monterrey uno de esos actos imaginativos de los que el PRI suele carecer. Fue en el barrio donde nació (el del Mediterráneo, de clase media popular). Habla memoriosamente el cronista del barrio, una ama de casa le proporciona al candidato el lema que sus expertos en publicidad política no han sido capaces de elaborar: ``Natividad González Parás, un paso hacia adelante y ninguno para atrás'', y los niños hijos de las familias asistentes -no acarreadas- dejan oír sus voces anticlimáticas mientras Nati, como todo mundo le llama, agradece con unas palabras sencillas la presencia de sus antiguos vecinos. Luego la realidad y el sueño se hacen préstamos mutuos. El cine Terraza Rosita reabre sus puertas para regresar el tiempo varias décadas atrás. Los amigos del candidato pasan a ver una exposición de 150 carteles de películas de los años 50 y 60, antes de instalarse frente a la pared donde un cácaro de aquellos años hace posible la proyección de Cinema Paradiso.
Un tercer ejemplo. Liliana Flores, la combativa candidata de la coalición PRD-PV-El Barzón a gobernadora de Nuevo León, denuncia ante el palacio de gobierno las crueles consecuencias del alza a las tarifas de luz y gas. Manera legítima si la hay de hacer proselitismo es defender la causa de las mayorías. Para ello no hay que comprometer a ningún pool de inversionistas electorales. Liliana lucha en favor de una sociedad que ha perdido capacidad de autodefensa y cuestiona la democracia como simple rotación en el poder. Hace 20 años, cuando ésta no existía, la sociedad regiomontana era en cierto sentido más democrática a pesar del unipartidismo: había sindicatos y organi- zaciones de colonos que se movilizaban en torno a los intereses populares. Se constituyó entonces un Frente de Defensa de la Economía Popular, que logró una importante reducción ante un alza similar.
Hoy esos sindicatos o no existen o han sido sometidos y los colonos han perdido fuerza. Los ciudadanos, manipulados por las máquinas electorales, sólo cuentan con el voto para intentar modificar las condiciones difíciles que enfrentan. Pero el voto, por sí solo, no es suficiente para que el pueblo pueda resolver sus problemas. Este requiere de la organización autónoma y no atada a los procesos electorales.