Francisco Vidargas
Historia colonial

Guatemala tuvo sus primeros acercamientos a los estudios de historia del arte colonial hasta la tercera década de nuestro siglo, con publicaciones deficientes como la referente a Las bellas artes en Guatemala (1934), de Víctor Miguel Díaz, plagada de falsas atribuciones y datos erróneos. Tuvieron que pasar todavía 18 años más para que apareciera el primer gran estudio sobre el arte guatemalteco, la Historia de la imaginería colonial en Guatemala, del alemán Heinrich Berlin. A partir de ese momento la disciplina ha incrementado sus adeptos, agregándose a la nómina, entre otros, los nombres de Ernesto Aguilar Chinchilla, Ricardo Toledo Palomo, Jorge y Luis Luján Muñoz, Humberto Samayoa, Antonio Gallo, Mario Monteforte Toledo, José A. Mobil, Josefina Alonso y Haroldo Rodas.

Paralelamente, un creciente número de especialistas extranjeros han contribuido ampliamente al estudio de los temas artísticos de la Capitanía General, desde los estadunidenses Pal Kelemen, George Kubler, Martin Soria, Sidney D. Markman, Verle L. Annis y David Jickling, hasta los españoles Diego Angulo, Francisco Javier Mencos, Antonio Bonet Correa, Concepción García Sáinz y Cristina Esteras, además de los mexicanos Salvador Toscano, Efraín Castro, Concepción Amerlinck y Gustavo Avalos.

A este abundante repertorio de historiadores hay que agregar las investigaciones que desde 1980 viene realizando Miguel Alvarez Arévalo, actual cronista de la ciudad de Guatemala, autor --hasta ahora-- de 20 publicaciones sobre la historia, el arte y la gastronomía mestiza chapina.

Dos temas son fundamentales en su labor académica: el estudio de la escultura colonial y la defensa del patrimonio cultural. Sobre el primero cuenta su bibliografía con importantes títulos, entre ellos, Algunas esculturas de la virgen María en el arte guatemalteco (1982), Reseña histórica de las imágenes procesionales de la ciudad de Guatemala (1984), Iconografía aplicada a la escultura colonial de Guatemala (1990) y la espléndida edición --en colaboración con Luis Luján-- sobre Imágenes de oro (1993). En cuanto a la herencia patrimonial, recopiló la Legislación protectora de los bienes culturales de Guatemala (1980), y ha dado a conocer el Patrimonio de la Catedral de Guatemala (1990), Algunos datos para la historia del Palacio Nacional (1993) y dos tomos de colaboraciones periodísticas, titulados Historia instantánea (1995 y 1996).

Siguiendo con su infatigable labor, el también director del Museo Nacional de Historia presenta ahora un pequeño volumen dedicado a una de las más tradicionales imágenes de vestir que existen en el país centroamericano: el nazareno del templo de La Merced, obra del escultor Mateo de Zúñiga trabajada en 1654. Al contrario de lo que pasa con la mayoría de las esculturas coloniales, ésta sí cuenta con documentación sobre su manufactura y autoría. En el libro de la cofradía de Jesús Nazareno de la Merced se indica que, con anuencia del agustino fray Payo Enríquez de Rivera (posteriormente obispo de México), se mandó tallar la escultura, costando ``la hechura en blanco sesenta y cinco pesos, que se los pagaron a Zúñiga, y la encarnación y colores, se los puso Don Joseph de la Serda... y acavada dicha ymagen, se colocó en su capilla el siguiente año en 27 de Marzo de 1655''. Su consagración se efectuó 62 años después, en agosto de 1717. Más tarde, en julio de 1778, fue trasladada del convento mercedario de Santiago de Guatemala, a la nueva capital.

En su ``Nómina de imagineros'' Berlin considera a Zúñiga, junto con Alonso de la Paz, como uno de los más importantes escultores guatemaltecos. A él se le atribuye la contratación de otros trabajos de relevancia, como ``el aderezo'' de los retablos de Nuestra Señora de la Antigua y de Santo Tomás en la iglesia de Santo Domingo, además del retablo de la Natividad del templo conventual de la Concepción, junto con el altar mayor y el del Sagrario en la Catedral metropolitana.

Estudio breve en páginas, pero generoso en datos históricos, el Jesús de la Merced. De Pancho y a La Ermita 1655-1778, de Miguel Alvarez, contribuye al mejor conocimiento de una de las más hermosas obras escultóricas del arte barroco guatemalteco.