La Cineteca Nacional presentó, del primer jueves de abril hasta el miércoles 9 del mismo mes, un ciclo cinematográfico excepcional articulado a través de cinco películas de uno de los más significativos directores del cine mundial. Me refiero al francés Marcel Carné, quien vio la luz primera en París, el 18 de agosto de 1909 y la última un oscuro día de noviembre de 1996. Marcel (hijo de un ebanista) es hoy considerado como figura indiscutible del realismo poético francés, aquella escuela cinemática que estremeció a las audiencias de la tercera década de nuestro siglo terminal, con su conmovedor desfile de seres desposeídos y angustiados que asolaron con su interminable problemática existencial los míseros rincones (tabernas, hoteluchos y burdeles) de la Francia democrática en vísperas de su trágico enfrentamiento bélico contra las delirantes fuerzas del eje nazifascista.
Fue precisamente un filme axial de aquella escuela, que entreveraba en la pantalla pulsiones poéticas y realistas, el que abrió en la Cineteca el ciclo excepcional. Me refiero a Le jour se léve, cinta estrenada en la ciudad luz, hace 58 años, precisamente el 17 de junio de 1939, doce semanas antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial.
Evidentemente la censura militar prohibió su exhibición en septiembre de aquel fatídico año, por considerar su anécdota desmoralizante. Sin embargo, la película continuó proyectándose con creciente éxito de público y de crítica, más allá de las fronteras del país galo durante y después de la conflagración. Pero ¿qué cuenta la trama creada por Carné y su guionista Jacques Prevert (1900-1977), que bajo el título en castellano de Amanece provocó aquella decisión inadmisible a la censura militar?
Las imágenes a cargo de Courant y Agostini nos relatan la angustia de un obrero (Jean Gabin) que asesinó de una manera inesperada en su modestísima habitación al seductor (Jules Berry) de su novia (Jacqueline Lourent). Aquella impensada acción finalmente lo conducirá a la desesperación y al suicidio. A propósito de la cinta, André Bazin escribió: ``Drama psicológico y al mismo tiempo social que posee el rigor de un poema''.
Si el inicio del ciclo resultó a mi entender aleccionador, no sólo por el manejo estrujante del flashback, sino también por la irresistible presencia del destino simbolizado por un ciego, las otras cuatro historias que transcurrieron en la Sala 2 aquella inicial semana de abril fueron de igual manera interesante, entre otras razones, porque recrearon ante nuestros ojos a estrellas memorables: Arletty, Jean Gabin, Louis Barrault (célebre mimo), María Casarés, Pierre Brasseur, Yves Montand y Simone Signoret, quienes encarnaron a diversos personajes protagónicos de Les visiteurs du soir (1942), Les enfants du paradis (1943-45), Les portes de la nuit (1946) y Therese Raquin (1953).
Y para redondear la reseña de este encadenamiento excepcional es menester referirnos a Les enfants du paradis, el soberbio discurso fílmico (195 minutos) de Carné/Prevert, que reconstruyó en dos tiempos y en dos espacios diversos Le boulevard du crime y L'homme blanc, la conflictiva relación amorosa que une y separa a Garance (Arletty) y a Deburan (Barrault) en románticos lugares (hoteles particulares y amueblados, baños turcos, teatros, bulevares y callejones) del París decimonónico.
La película, considerada como la obra maestra de Carné/Prévert, revivió en las imágenes aquello que transcribieron en la hoja en blanco Víctor Hugo (Los miserables), Eugene Sué (Mysteres de Paris), Balzac (Splendeur et misere des courtisanes), motivo por el cual se le incluyó por votación únanime de la crítica mundial entre las 100 mejores del siglo XX.
Porque, ¿quién que la vio podrá jamás olvidar la pantomima interpretada por Deburan/Barrault en el Funambules; o el duelo al amanecer en el Bois, o el asesinato del conde en el baño turco; o el desfile carnavalesco en cuyo agitado contexto se separan para siempre los amantes. Nadie, nunca.
Por eso, a partir de su estreno en agosto de 1943 y su reposición después de la liberación en 1945, su éxito en el mundo fue inmenso. Exito que pudimos avalar los cinéfilos capitalinos a través de la inesperada proyección de la película en el ciclo excepcional articulado hace apenas unos días por la Cineteca Nacional.