La Jornada miércoles 16 de abril de 1997

Bernardo Bátiz V.
Prioridades de campaña

En la ciudad más grande del mundo y la más politizada de la República, las campañas políticas de quienes aspiran a gobernarla tienen una doble utilidad; por un lado, los candidatos hacen sus propuestas y presentan sus programas, prometen y se comprometen con sus palabras, pero la cosa es de ida y vuelta. La gente, los citadinos que constituyen una de las más ricas variedades posibles de seres humanos, también se expresan ante los candidatos, proponen, reprueban, aprueban, piden y exigen.

Acompañando a Cuauhtémoc Cárdenas en algunos de sus actos proselitistas, he visto de todo, he sido testigo de la gran variedad de destinatarios de su mensaje político.

Me tocó oír al muchacho desorientado que al final de un mitin pidió, con un lenguaje incongruente y confuso, que el candidato no se olvidara, después de la campaña, de sus ofrecimientos y promesas; como su petición fue hecha en tono ríspido y agresivo, la televisión oficialista no dejó de aprovecharlo para presentar el ángulo menos constructivo del acto público.

Me tocó también ver a un grupo de mujeres de San Gregorio Atlapulco, quienes materialmente obligaron al candidato a acompañarlas a la escuela oficial, a palpar personalmente el estado del plantel; Cuauhtémoc lo recorrió, constató que hay una barda milagrosa, más inclinada que la Torre de Pisa, unos corredores llenos de cuarteaduras y un estado general deplorable. Se veía que el lugar no había tenido ningún mantenimiento desde hacía muchos años, ni una limpieza en al menos tres semanas.

Unas niñas de ojos asombrados y negrísimos y trenzas lustrosas, echan coraje y se adelantan con el candidato; inteligentes e inquietas, sabiendo que la oportunidad es única y que no hay que dejarla pasar, le piden al personaje central de una representación que no comprenden plenamente lo que ellas quieren: una escuela nueva, y luego sonríen con él y sonríen entre sí. Han cumplido su parte; el que su petición se satisfaga será cosa de ese complejo mundo de los adultos que todavía no comprenden bien a bien.

Y es que no se puede comprender por qué la escuela de San Gregorio está en tan mal estado, mientras el dinero de la ciudad se gasta en patrullas nuevas y armas modernas para los policías, en obras de relumbrón por diversas partes de la metrópoli y gratificaciones más que generosas para los funcionarios públicos.

Todos los candidatos y sus equipos de campaña debieran ir abiertos a estas manifestaciones populares auténticas, como va Cuauhtémoc, hablando, pero también escuchando, con un programa que no está cerrado sino que, por el contrario, se va completando y afinando con la colaboración de los votantes, que a fin de cuentas son los mandantes, los que mandan a quienes eventualmente puede ser su mandatario, el que obedece, el que cumple.

Las prioridades de campaña serán determinadas así, no por los planeadores de escritorio, sino por los interesados directos, los que viven en la urbe y conocen los problemas e intuyen las soluciones. El voto a partir de una campaña así, adquiere mayor valor y el compromiso del candidato se robustece. No puede fallarle a sus simpatizantes, mucho menos a unas niñas plenas de esperanza.