Arnoldo Kraus
DF: oportunidad de certificarnos

Las recientes y aún vigentes tundas propiciadas por Estados Unidos en contra de la autoestima, madurez y moral de los mexicanos deberían servirnos para, al menos en casa, mostrar voluntad y luchar denodadamente por el cambio. La noción de que un país ajeno nos certifique o no, en pleno siglo XX, pasada la época de las colonias es, sin duda, una de las peores afrentas que hemos tenido. Ha sido tan indigesto confrontar la unilateralidad de estas conductas, como doloroso aceptar el servilismo mostrado por nuestro gobierno y por las naciones que inermes esperan dicha aprobación. El único consuelo que nos queda, al no poder decidir o modificar el curso de tan lacerante calificación, es no cejar a la razón ni a la obligación de manifestarnos con vigor cuando así se requiera. Las próximas elecciones para regente del DF nos ofrecen, con varias décadas de retraso, esa oportunidad. Hoy, los defeños sí tenemos la oportunidad de (auto)certificarnos. No dependemos de nadie.

La pregunta inicial no es ¿por quién votar? Es crítico analizar la situación de la capital y saber también por quién no votar. Deben considerarse antes de cualquier elección, dos premisas que por obvias pueden parecer absurdas, pero que convocan a la transparencia y ahuyentan maniqueísmos. La primera es recordar que la ciudad siempre ha sido regida por el mismo partido y la segunda implica establecer un diagnóstico del estado de salud de nuestra casa. Ya que la viabilidad --salud-- del DF correlaciona con la voluntad, trabajo y sapiencia de sus ejecutores, un juicio único es suficiente. Ofrezco como material de trabajo el sentir de un ciudadano común y no las apabullantes, mentirosas y frías estadísticas.

En la última década, los capitalinos hemos perdido la calle. Quisiera pensar que la calle es la extensión natural de la casa y, por analogía, reflejo de la comunidad. La pérdida de la calle se entiende de muchas formas. Desde la perspectiva del individuo hay que contabilizar la violencia que crece sin visos de control, el aumento en el número de denuncias en relación a la violación de derechos humanos, incremento en robos de todo tipo, guardaespaldas que amedrentan e incomodan, aumento del número de ``todo tipo de cuidadores'' --orwellianamente, si sigue el mismo gobierno, pronto llegará el día en que a cada defeño le correponderá un cuidador--, así como la terrible sensación de inseguridad en diversa áreas de la metrópoli. Un dato de mal agüero es no permitir que los hijos jueguen en la calle.

A nivel de la sociedad, la transmutación de la ciudad se lee de formas diversas: desaparición de áreas verdes, contaminación que si hoy no es asfixiante lo será mañana, corrupción e impunidad imparables, ausencia de nuevas fuentes de trabajo e incluso decremento de las anteriores, servicios de salud insuficientes, distribución inequitativa y en ocasiones escasa de elementos indispensables como agua y electricidad, aumento en el número de marchas que ahogan la ciudad e incremento en el tiempo que cada individuo utiliza para transportarse.

El futuro de la ciudad debe también discutirse y siempre valorarse en relación al pasado. Es muy improbable que el esqueleto de la capital no se fracture si aquí seguimos cohabitando veinte millones de seres. Suficiente ofensa hemos hecho a los conductistas y psicólogos sociales: por fortuna, aún no presenciamos luchas de masas por espacio y nutrientes. Sorprende asimismo que no haya turbas que arrasen a pesar de que en el DF hay ciudades infinitamente dispares dentro de la misma capital, como Ciudad Nezahualcóyotl y Las Lomas de Chapultepec, y en donde algunos políticos o empresarios pueden tener para la protección de su familia un número incontable de guardaespaldas en contraposición a la cotidianidad del asalariado.

El recuento de las situaciones anteriores es veraz. Al releerlo sé que no manipulé la realidad y que lo aquí anotado es espejo fiel de nuestra ciudad y sus gobiernos. Sé también que, desafortunadamente, el enlistado es incompleto; es improbable que haya familias capitalinas sin historias que contar. A la vez, las reflexiones anteriores son puntual resumen de la cosecha obtenida por quienes han dirigido nuestros destinos. La argumentación anterior debería servir para que los citadinos sepamos que la mejor avenida para la democracia y para autocertificarnos --ahora sí-- procede exclusivamente de nuestro deseo de cambio. Regreso al principio: para saber qué deseamos es menester recorrer el pasado.