Víctor Flores Olea
Zedillo: palabras improcedentes

Se han convertido en escándalo público las palabras que pronunció el Presidente de la República en el acto de protesta de los candidatos priístas al Congreso. No porque hubiera disposición legal que le prohibiera esa participación, sino por el contenido del acto y sus palabras.

El doctor Zedillo se comprometió, al inicio de su gobierno, a mantener una ``sana distancia'' con su partido: tal compromiso no puede ahora echarse al cesto de la basura. Sus palabras implican, además, un claro atropello al principio democrático y a la separación de poderes que establece la Constitución. En su ``aclaración'' a los medios, repite la ofensa.

La opinión pública y los principales partidos han registrado el agravio --además de la ingenuidad-- que significa decir que sin la mayoría priísta en el Congreso no podrá cumplir ``la encomienda que recibió''.

Es decir, ¿sólo en una condición de mayoría automática, difícilmente democrática en la situación del país, el Presidente cumplirá con su responsabilidad presidencial, desde luego como él la entiende, prácticamente como un proyecto personal en la dirección ``ortodoxa'' del desastroso modelo económico que ha venido aplicando inflexiblemente?

Desastroso ese modelo para los amplios sectores populares del país, aun cuando sí en beneficio de núcleos restringidos. Desastroso por la pérdida masiva de los empleos, por la concentración del ingreso, por el desmantelamiento de las empresas medianas y pequeñas, por la extensión de la pobreza extrema, por el derrumbe del poder adquisitivo del salario de las mayorías ciudadanas.

¿Este es el mandato que recibió el Presidente, o que se ha autoasignado? ¿Percibe el doctor Zedillo que, entre otros problemas, es precisamente por la aplicación de esa política que su partido y su régimen se encuentran en el estado de quiebra y de crisis que conocemos? ¿Ha registrado que por esa razón es que ha crecido masivamente el repudio y la desconfianza al régimen que encabeza?

Exceso en las palabras y en las intenciones, porque el Presidente declara la imposibilidad de cumplir ``el mandato que recibió'' si la Cámara de Diputados, por voluntad popular, tuviera una composición diferente de la que él aspira; además, con su dicho, atropella la independencia y la autonomía del poder legislativo. De antemano, aun antes del proceso electoral, ya postula como condición de su gobierno una necesaria mayoría parlamentaria que deberá seguirlo con absoluta obediencia y disciplina.

Saltan las preguntas. Si la composición de la próxima Cámara contiene una mayoría o mayorías diferentes a las que propone el Presidente, ¿éste no podrá entonces cumplir con ``su mandato''? ¿Qué significa esto? ¿Que renunciará ante esa imposibilidad? ¿O significa que el Presidente es incapaz de entenderse con la voluntad mayoritaria del pueblo, expresándose de manera distinta? ¿Sólo existe para el Presidente su voluntad incontrastable, incapaz de considerar eventualmente a la mayoría diferente de las voluntades ciudadanas?

No es difícil ver hasta qué punto resultan violatorias del principio democrático las recientes palabras presidenciales, que atropellan además la división de poderes del orden constitucional. ¿Puede medirse ya con claridad de qué manera el presidente Zedillo ha olvidado sus veleidades democráticas iniciales?

Sin considerar que las palabras presidenciales resumen las amenazas que son ya la columna vertebral de la propaganda electoral que despliega el gobierno y el partido oficial: la advertencia de ingobernabilidad, de caos y horror, si no existe la mayoría automática que desea el Presidente. ¡Otra vez una operación terrorista opuesta al principio democrático! ¡No, al contrario, ahora sabemos bien que la ingobernabilidad, el caos y la corrupción rampante seguirán adelante si no hay un cambio radical del gobierno y de las mayorías parlamentarias! Mucho más en un periodo histórico de transición de la democracia. Las palabras presidenciales resultan imprudentes y amenazantes, y opuestas al espíritu de cambio que vive la sociedad mexicana.

Incomprensión profunda del momento histórico que vive la nación. La transición mexicana a la democracia, a falta de hombres de Estado, deberá hacerse con la sociedad, con sus organismos y sus partidos, y a contrapelo de las directivas oficiales, ciegas e insensibles ante la necesidad democrática de la nación.

Con esas palabras queda definitivamente enterrada la veleidad de la ``sana distancia'' entre el Ejecutivo y su partido. La última operación política y verbal del presidente Zedillo sitúa al jefe del Estado no como representante de la nación, sino como amenazante líder de una facción.