Para algunos, sólo la derrota y la desaparición del PRI serán prueba de que en este país existe la democracia. Para los panistas, la llegada al poder de los perredistas sería la permanencia de los priístas, pero disfrazados. Para los perredistas, un triunfo blanquiazul en el año 2000 no significaría más que la continuidad de la actual estrategia, sólo que mojigata, ya que el PAN, según los partidarios del sol azteca, es en realidad otra cara del PRI.
Todo lo anterior no son más que lugares comunes disfrazados de eslogans políticos, con excepción de la mojigatería que es real. Sin embargo, muchos miembros de los partidos se complacen en repetirlos hasta el cansancio. Muchos pensamos que calificativos como estos no contribuyen a una lucha política de altura y en realidad revelan pobreza argumental de unos u otros.
Lo cierto es que los partidos con presencia en instancias de representación aún buscan una definición política que les permita distinguirse ante la ciudadanía de las otras formaciones. La transición a la democracia se está tomando más tiempo y hay resistencias en todos lados. Evidentemente, las que más preocupan son las que existen al interior de las estructuras de poder real. Sin embargo, esto no debe llevarnos a buscar trampa donde no la hay.
El presidencialismo, la subordinación de los poderes Legislativo y Judicial al Ejecutivo, la utilización ilegal de recursos políticos para campañas políticas, la falta de reglas electorales transparentes, que permitían el abuso y el fraude son las muchas caras de un sistema cerrado que se consolidó durante décadas. Son rémoras que la sociedad ha condenado y que muchos hemos buscado que se terminen de una vez por todas.
La exclusividad de la lucha contra estos vicios no la tiene ningún partido. Muchos priístas, panistas, perredistas, políticos de otros partidos y aun sin partido sabemos que el autoritarismo y los resabios de ese sistema cerrado deben ser liquidados.
En los poco más de dos años de administración, el presidente Zedillo se ha reunido en numerosas ocasiones con las direcciones o miembros prominentes de partidos de oposición; los resultados electorales no han representado, como en el pasado inmediato, mayor motivo de conflicto; se han respetado los triunfos de la oposición; se han aprobado las reglas electorales más avanzadas con las que hemos contado, aunque no puedan calificarse todavía como definitivas. Más aún, en numerosos actos políticos el Presidente de la República nos ha dicho a los priístas que no admitirá que se viole la ley en ninguna forma. Si alguien duda de esto que vea los resultados comiciales de los estados de México, Coahuila y Morelos o el tratamiento respetuoso que se le da a los gobernadores o ayuntamientos de oposición.
No obstante, la presencia del primer mandatario en la toma de protesta de los candidatos de nuestro partido hizo saltar a muchos. Desde el punto de vista legal no hay nada punible en su asistencia a la sede del partido que lo llevó al poder. Desde el punto de vista ético tampoco.
La presencia de los primeros mandatarios en los actos electorales de su partido es costumbre en muchos países. No parece haber razón por la cual deba prohibirse en el nuestro, ya que también entre los partidos de oposición, sobre todo en el PAN, es práctica que miembros en puestos de representación pública se presenten en actos partidarios. Esto es legítimo, puesto que la ciudadanía no sólo vota por los hombres sino también por una serie de programas y propuestas, es decir, por los partidos. Lo que no se vale es que esos hombres en cargos de elección utilicen recursos públicos para favorecer a sus partidos.
Por lo demás, en el evento priísta el presidente Zedillo no hizo sino expresar una realidad política y un deseo. Su mensaje estuvo destinado a los priístas, no a la oposición, porque nos instó a buscar el triunfo. Como en otras ocasiones, hizo patente su apego a la legalidad y la transparencia. El presidente Zedillo es un hombre que ha propuesto y aceptado reglas claras para la contienda política. Ahí están los hechos.