La Jornada viernes 18 de abril de 1997

Eulalio Ferrer Rodríguez
Perfil de Emilio Azcárraga Milmo

El hombre de poder, está dicho, no es un hombre común, ni de análisis rutinario, cualquiera que sea su origen o el ámbito de su actividad. El poder lo cambia y lo hace distinto. Vive aparte, más de la percepción ajena que de la propia. Sus valores personales no sólo se metamorfosean en la representación de la imagen, sino que se colorean por los atributos que los demás endosan.

A Emilio Azcárraga Milmo hay que verlo así, en el marco de su grandeza, más allá de la arbitrariedad circunstancial y de la indisciplina de los sentimientos. Tuvo las energías creadoras del talento y la audacia, repentina o constante, del ser emprendedor. No quiso opacar a nadie. Pero luchó porque nadie lo opacara.

Traté a Emilio en lo personal, superando con nobleza recíproca nuestras diferencias de formación y pensamiento. Nació así una amistad de larga duración y de pruebas frecuentes. Al calor de ella, valoré con cariño su trato abierto y sus generosos testimonios.

En el trato profesional, nuestras coincidencias fueron muchas, expresadas en la producción de programas inolvidables y de viajes compartidos. Ahí percibí la grandeza de sus metas empresariales y de sus ambiciones humanas. Un gigante en plenitud creadora, dominador de su tiempo y del venidero; vigía intuitivo de lo que dejaba de ser y de lo que alumbraba. Genio multiplicador de ideas y bienes. Todo concebido en las grandes magnitudes. En un medio, el de la comunicación, donde el tiempo no tiene fronteras y se rige por el apremio imperioso.

En este temple de gigante, se forjó el poder de Emilio Azcárraga Milmo. Superó, con mucho, el heredado. Abrió caminos y espacios internacionales, sembrando en ellos la mexicanidad de sus afanes y de sus logros. Nadie le ganó en entender certeramente, como cultura y mercado, esa gran patria de los 350 millones hispanohablantes. Su nombre es historia. Su obra, ejemplo. Su recuerdo, imborrable.