El ``Presidente de todos los mexicanos'' se ha convertido en el presidente del PRI, pero no lo ha hecho de manera formal, ocupando la presidencia de su propio partido, sino en forma engañosa, en la que el jefe del Estado y del gobierno reivindica su derecho de simple ciudadano, el cual, a su vez, no asume cuando se ostenta como Presidente de la República y dispone arbitrariamente de todo el aparato estatal.
Este galimatías, este lío, es producto de la conducta esquizofrénica de un poder envejecido y obsoleto, en el que la Presidencia de la República ha dejado de ser lo de antes para ubicarse como jefatura de un partido, pero sin dejar de usar sin ley todos los recursos del poder. Y aquí es donde está el verdadero problema.
No está a discusión que el Presidente sea miembro y líder de un partido, sino que el Estado se ponga en movimiento para salvar a su propia expresión electoral y, de esa forma, se siga comportando como un partido político que se asume como representante único de todos los mexicanos.
Ernesto Zedillo ha hecho dos ``peticiones'': seguir controlando de manera vertical a la Cámara de Diputados, y seguir gobernando autoritariamente desde Los Pinos a la ciudad de México. Con ello, le pide a los mexicanos que le ayuden a mantener dos de los mayores vicios de la antidemocracia. El control presidencial sobre la mayoría de los diputados ha llevado a una ausencia de representantes legítimos de los ciudadanos, mientras que el gobierno presidencial de la capital se ha traducido en un despojo de la calidad ciudadana de los habitantes de la gran ciudad.
Una mayoría priísta en la Cámara mantendría los gastos discrecionales del Presidente, incluida la partida secreta, y la falta de fiscalización sobre los ingresos y egresos públicos. Esto es lo que está pidiendo Ernesto Zedillo.
El control presidencial sobre el gobierno de la ciudad de México seguiría impidiendo la intervención de los ciudadanos en los asuntos locales que son cada vez más complicados y, además, el surgimiento de un equilibrio político nacional en el que el poder central tenga contrapesos efectivos. Esto es lo que también está pidiendo Zedillo.
Pero el dato más sobresaliente es que el Presidente ordena a los integrantes de la administración pública --como antes lo hizo en ocasión de un encuentro con los embajadores-- que asuman sus deberes de priístas. Si la situación en la que se encuentra el PRI requiere que el Presidente se desgarre la banda presidencial para mostrar la ``camiseta'' priísta, con el mismo motivo y finalidad tendrá que hacer lo mismo el resto de los funcionarios públicos.
El argumento que usa Ernesto Zedillo al demandar su mayoría en la Cámara es que los diputados priístas han legislado bien y han impulsado la democracia y la recuperación de la economía. Pero, en realidad, no han hecho ninguna de las dos cosas. El desempeño de los diputados dóciles al Ejecutivo ha consistido en aprobar las iniciativas del gobierno, incluidas las que éste tuvo que negociar con la oposición, sin abrir el Congreso a nuevos enfoques. El Legislativo ni siquiera ha aprobado disposiciones para controlar y fiscalizar el gasto público, pues la iniciativa de reforma enviada por Zedillo no es aceptable por la oposición --cuyo voto es necesario pues se trata de un cambio a la Constitución--, ya que se propone que el Presidente nombre a sus propios fiscalizadores.
La llevada y traída reforma del Estado ya ni siquiera es frase de discurso, a pesar de las promesas del Presidente y las protestas de algunos opositores. El derecho a la información sigue siendo letra muerta en la Carta Magna, mientras que los sindicatos de Estado continúan expresando el atraso mexicano en materia de libertad de asociación y relaciones laborales.
Ernesto Zedillo nos está diciendo que una mayoría opositora en la Cámara impediría la realización de su mandato, pero no nos dice en qué consiste éste, y mucho menos admite que las elecciones populares puedan cambiar los programas de gobierno.
Lo que el Presidente quiere es que su segundo trienio sea igual que el primero, pero tal oferta es demasiado grosera para un creciente número de ciudadanos. Así, el PRI lanza mensajes radiofónicos acusando al PAN y al PRD de prometer un imposible cambio ``de la noche a la mañana'', lo cual --dice-- es imposible y pone en riesgo lo que ya tenemos. Mayor conservadurismo es casi imposible.
Ahí está, por lo pronto, un Presidente que reclama respeto a su militancia política y a su libertad de expresión, pero no ofrece la menor variación de sus políticas ni posee el más mínimo sentido de la autocrítica. Quiere todo el control, como si esto fuera lo que el país necesita.
El siguiente paso del gobierno será una campaña de amenazas y provocaciones para inculcar miedo. Después del 6 de julio, Ernesto Zedillo se pondrá nuevamente la banda tricolor sobre el pecho y se proclamará otra vez ``Presidente de todos los mexicanos''. La cuestión consiste en si tendrá la misma fuerza política que hoy tiene en el Congreso y si seguirá gobernando autoritariamente la ciudad de México. Esto es, justamente, lo que está por verse.