Horacio Labastida
El presidente y la imparcialidad partidista

En una de las reuniones del Grupo San Angel, celebrada en casa de Bernardo Sepúlveda, estuvo como invitado Carlos Salinas de Gortari. En mi intervención pregunté al entonces presidente porqué no se había garantizado la independencia del Instituto Federal Electoral (IFE) dejándole el manejo de sus presupuestos y entregando a la sociedad civil la designación, sin intervención oficial, de sus directivos. Como el Grupo, en otros actos, había escuchado sólo a candidatos a ocupar Palacio Nacional, advertí a mi interrogado que no era lo mismo hablar con un candidato que con el Presidente, y que dada su alta investidura mi pregunta la hacía con el mayor respeto y objetividad. Este mismo respeto y objetividad acompañan a mis reflexiones de ahora en lo que se refieren al presidente Zedillo y su imparcialidad en el proceso electoral. Aclarado este punto, van las siguientes observaciones.

En Santiago de Chile, hacia 1964, las palabras me llegaron de golpe. ¿Cómo es posible, me dijeron sociólogos y políticos congregados, que en México sean libres las elecciones con un Ejecutivo priísta que es presidente nato del PRI y, virtual, del órgano electoral? En el fondo, agregaron, en México hay un presidencialismo autoritario disfrazado de democracia que manipula totalmente los sufragios ciudadanos para asegurar la reproducción de su imperio. A este propósito, les recordé que la Revolución sancionó en la Carta de 1917 el nacimiento de un Estado defensor de las masas contra su explotación por la vía --artículo 27-- de una república popular de trabajadores, estratos medios y burguesía nacionalista, anticipándose a la Europa del Este posfascita y a la China de 1949. Cárdenas en 1938, encarnó esta ideología en el PRM --partido de las masas-- y sustituyó el penerrismo callista con una agrupación favorable al gobierno en la medida en que éste cumpliera con los mandamientos revolucionarios. Dentro de estas condiciones gobierno y partido se identificaron plenamente, y a nadie sorprendía la parcialidad del Ejecutivo hacia el partido de sectores. La transformación del PRM en PRI, en 1946, con la tesis de capitalización nacional, en una primera fase entregó al partido oficial en manos del poder económico local, y cambió, a Los Pinos, en la residencia de su poderhabiente. De esta manera, en el periodo que concluiría con José López Portillo, la parcialidad del Ejecutivo fue con los ricos y no con las masas; así quedaron heridos de muerte la doctrina y el proyecto constitucional de Querétaro.

Quehacer espinoso es trazar límites entre elementos muy homogéneos en sus raíces. La capitalización nacional fracasó en la red casi inevitable del capitalismo trasnacional; y esto hizo que en los últimos tres lustros --segunda fase de la metamorfosis-- el PRI adoptara la ideología neoliberal de un gobierno que se aprisionó a sí mismo en lineamientos extranjeros. ¿Qué representa ahora la parcialidad presidencial? Algo extremadamente grave: el olvido de los valores nacionales considerados claves en la Asamblea de 1917. El presidencialismo autoritario de la era alemanista enmarcó una armonía del capitalismo más o menos nacional con el poder político; mas el espíritu de Houston hizo de esa parcialidad una parcialidad abierta a la hegemonía económica y política estadunidense, inserta y escondida en el Tratado de Libre Comercio y en la globalización de las directivas metropolitanas.

Delicado escenario, hipersensible en México, recibió la apología del priísmo hecha por el presidente Zedillo. Claro que la preocupación por tal acontecimiento se ha generalizado entre quienes aún creemos que la Casa Blanca no es el eje del mundo contemporáneo ni la fuente del bien común.

¿Acaso las declaraciones del PRD y el PAN, para que la Presidencia no tema a la oposición, o las promesas del Ejecutivo sobre el respeto al voto y al IFE en las elecciones del próximo julio, son instancias que en verdad puedan quebrantar la lógica de dominio del actual presidencialismo mexicano? ¿Usted qué piensa?