Hace poco escribí sobre la inservibilidad de los ejércitos del Primer Mundo, porque sus sociedades no aceptan la muerte de sus soldados. Sugería que la Unión Europea, que Naciones Unidas, deberían pensar seriamente en formar su legión extranjera compuesta de puros voluntarios.
En una entrevista concedida en 1993 el veterano Ernst Junger reflexionaba sobre la caída de la Unión Soviética, la reunificación alemana, las guerras en la ex Yugoslavia. Dijo, y eso sería un argumento a favor de esa legión internacional: creo que vamos hacia el Estado universal. Dichos acontecimientos participan todos de un mismo conjunto, y pienso que nos encontramos ya en el Estado universal, de un punto de vista puramente técnico; ahí está el marco técnico, la conquista del espacio, el átomo, las ciencias. En la antigüedad así ocurrió, ahí estaba el marco bajo Alejandro Magno y tres siglos después fueron los romanos quienes instauraron de verdad un imperium mundi. Hoy no se trata del mundo mediterráneo sino del planeta.
Y luego Junger dice:
``Claro, todo aquello no significa que la violencia va a cesar con el Estado universal. Eso significa sencillamente que las guerras entre naciones se transforman en guerras civiles, que no habrá ya ejército, sino una policía mundial. El problema se plantea hoy frente a los Balcanes. Manifiestamente, la comunidad de las naciones no es aún capaz de mandar acá una policía''.
Tiene razón, las guerras de esos días, balcánicas y africanas, como las latinoamericanas de los últimos 30 años, las del Cáucaso y las de Asia Central, son guerras civiles. Relevan de la policía en el doble sentido político y policiaco, más que de la estrategia militar. No se trata de derrotar un ejército extranjero formal, sino de desarmar a unos malvados, o a unos hermanos, primos hermanos enfrascados en la vendetta. La guerra civil mueve pasiones más profundas que la guerra extranjera que puede, a veces, respetar ciertas normas, no tocar a los civiles, respetar a los soldados rendidos; la caballerosidad no cabe en la guerra civil que tiene como figura emblemática a Caín.
La guerra civil alcanza profundidades abismales por eso ve fracasar al soldado que se mostraba en la batalla clásica. En lugar de ejército, bandas, compañías, en lugar de soldados, bandoleros, bandidos. En la guerra clásica hay reglas; en la otra no las hay. La frontera entre ambas es el hilo rojo señalado por la primera sangre ilegalmente derramada.
En nuestro mundo volcánico, la guerra civil, la guerra sucia es el estado normal. Hay que tomar en cuenta este hecho para enfrentar la realidad. Si no, se repetirán tragedias como las de los últimos cinco años, a escala mayor (los grandes lagos africanos) o menor (Albania, que podría provocar una deflagración mayor en los Balcanes). El historiador cree que la historia clásica con sus reglas y sus fronteras ha llegado a su fin, con la caída simbólica del muro de Berlín. Ese final conlleva a la vez una ampliación (no solamente de la OTAN) y un vacío en el cual se precipitará lo imprevisible en el cual ya se precipitó lo imprevisible.
El peligro de un apocalipsis nuclear se alejó en forma de enfrentamiento entre dos titanes. Pueden ocurrir desastres nucleares locales con la proliferación de bombitas en manos de jefes de bandas. Lo que ya alienta es la guerra civil que exige una intervención internacional. Naciones Unidas necesitan urgentemente de un verdadero brazo armado suyo que no sea un contingente prestado que puede servir a una intervención nacional disfrazada o que, más bien, no sirve para nada. Sobrarían voluntarios, jóvenes oficiales aburridos de esperar ``la invasión de los tártaros'', jóvenes inquietos con vocación de aventureros que canalizarían así sus impulsos para el bien de todos.