(Este artículo debió aparecer el día martes 15 de abril, la segunda parte, fué publicada el miércoles 16.)
Carlos Castillo Peraza es muy dado no sólo a los dichos y las ``malas palabras'', también a las metáforas. En su respuesta a los cuestionamientos de estudiantes de la Universidad Iberoamericana, pregunta exasperado: ``¿Cuántas semanas llevamos ya con la acusación del anticondón y antiminifaldas? ¿Quién ha dicho durante esas semanas que, según el Tecnológico de Monterrey, cuatro de las cinco ciudades con menores problemas de empleo las gobierna el PAN? A eso se le oculta bajo el preservativo de lo otro para que no fecundemos la política nacional. Se ponen el condón de la deformación informativa'' (La Jornada, abril 9).
El condón como sinónimo de dispositivo maldito, la barrera que impide que la vida germine, que surja lo creativo. Su función es oponerse a la reproducción humana, torcer la dirección de su contenido, engañar. ``No, a eso se le pone un dispositivo intrauterino'', continúa más adelante. A Castillo Peraza, por lo visto, el condón y otros dispositivos de control natal no sólo le resultan símbolos de la permisividad sexual, son también la maldad materializada. Entre demonizar estos dispositivos y descalificar moralmente a quienes los utilizan, sólo hay un paso, inevitable. Aunque no se atreva a decirlo con claridad, para el líder panista el promover el uso de condones y medidas anticonceptivas equivale a inducir a la juventud a la laxitud moral. Es decir, es lo más negativo.
En su lucha contra el condón, Castillo Peraza descubre un nuevo `argumento': ``¿Quién ha dicho --espetó a los estudiantes-- que del total de la inversión extranjera no especulativa, la mitad se canaliza a entidades gobernadas por el PAN? Nadie --se respondió-- porque todo esto queda debajo del plástico no biodegradable del condón de la información''. Los condones, además de favorecer el desarrollo de atmósferas moralmente contaminadas, contaminan el ambiente, porque no son biodegradables. Este último es el tema desarrollado en Proceso (30 de marzo) en un artículo titulado ``Reflexiones condoecológicas''. Ahí, Castillo Peraza cree haber sorprendido en falta a los partidarios del condón, a quienes pregunta: si el preservativo, además de ser ``un negocio alentado por la odiada y odiosa sociedad de consumo'', ``instrumento que poco o nada tiene que ver con los usos y costumbres indígenas'', y ``paradigma de la intrusa modernidad occidental'', si además de todo eso ``genera niveles de contaminación elevados'' y es un ``ensuciador irremisible del ambiente'', ``¿(...) se vale ser ciego ante los mil y pico de millones de bolsitas indestructibles, y simultáneamente alerta defensor de la limpieza de la tierra, del aire y del agua?''. Para rebatirle, bastaría mencionar que su ``dilema'' también se aplicaría a los guantes de látex usados en quirófanos y laboratorios o a las credenciales de elector (ambos, ``ensuciadores irremisibles del ambiente''), por sólo mencionar dos ejemplos. Pero quien lo haga exhibirá su hipocresía o su ánimo tendencioso si no pondera la innegable utilidad, mucho mayor al posible daño ocasionado, de tales instrumentos. ¿Por qué en el caso de los condones, Castillo Peraza prefiere ignorar su beneficio? ¿Por qué no menciona su insustituible calidad preventiva? ¿Es posible `reflexionar' sobre los condones sin hacer referencia al sida? El aspirante panista al gobierno de esta ciudad evade intencionadamente el verdadero problema: el control de las epidemias del sida y de otras enfermedades de transmisión sexual, y de los embarazos no deseados. A cambio de eso, intenta, maniobra poco hábil, infundir el miedo a una contaminación incontrolable: ``Si cada condón usado --escribe-- mide dos milímetros de alto, con los 1,040 millones de condones anuales de segunda mano se podría hacer una torre de 2,080 kilómetros de alto, o una terrestre fila de plásticos desechados de la Ciudad de México a Ciudad Juárez, Chihuahua. Por año. Imagine usted sus efectos sobre el drenaje público''. Crear alarma es una de las estrategias más recurrentes de la derecha. Por ese medio, Castillo desea generar consenso contra los condones para agenciarse simpatías: esas bolsitas de látex no sólo no son seguras --otra de las falacias de la derecha-- sino que ahora resultan altamente contaminantes. Pero el cálculo le falló, como lo demostraron los rotundos rechazos a coro de los estudiantes de la Ibero (supuestos destinatarios naturales de las Reflexiones de Castillo), a su defensa de las censuras panistas en Aguascalientes.
¿No sería mejor que el señor Castillo Peraza comenzara a contar los cuerpos de gente que está viva por haber usado condón y que formaría una hilera de aquí a Vancouver o más lejos? ¿No le redituaría eso algunas simpatías?