Nos hemos enterado, por la prensa, de la existencia de grupos importantes dentro del PRI, que están presionando porque finalmente se expulse al ex presidente Carlos Salinas del partido, tal como lo exigieron masivamente los miembros de la Asamblea Nacional convocada por Oñate.
El PRI está en un gran predicamento, porque no importa qué hagan, el costo político que habrán de pagar será alto, en estos tiempos electorales en los que Salinas ha dejado de ser un ex presidente nefasto, para convertirse en un delincuente torvo. Si el PRI sigue en la línea de no hacer nada, tendrá que compartir el encono generalizado hacia el ex presidente; si lo expulsa, se verá sólo como la confirmación y el reconocimiento extemporáneo de que las cosas se han hecho mal, con el descrédito que ello implica.
Pero quizás éste no es hoy el predicamento más grave que enfrentan los priístas; otro, bastante más difícil de resolver y con implicaciones inmanejables por sus consecuencias futuras, se refiere a Zedillo. Aun antes de sus declaraciones recientes, la opinión generalizada (el 89 por ciento de la sociedad, incluido el PRI, para ser más exactos) rechazaba la idea de que la economía del país esté en recuperación, y mantiene la opinión (con porcentajes muy similares) de que el gobierno de Zedillo no es congruente entre lo que dice y lo que hace, de que no tiene credibilidad, ni maneja los recursos públicos en forma transparente. En estas condiciones, las peticiones del Presidente a los candidatos registrados por el PRI para: a) ganar la mayoría del Congreso, y b) utilizar esa instancia (si la ganan) para asegurarle (al Presidente), que pueda seguir haciendo más de lo mismo, son no sólo incongruentes, sino francamente suicidas (para el PRI).
¿Qué candidato a diputado de ése partido puede sentirse capaz de convencer siquiera al 10 por ciento de los electores para que voten por él, ofreciendo como promesa de campaña apoyar las políticas de Zedillo? ¿Serán capaces de autoinmolarse electoralmente, apoyando el proyecto político más impopular de las últimas décadas? Mi impresión es que pocos candidatos priístas están dispuestos a hacerlo; para la mayoría existen dos opciones distintas: una consistiría en manifestarse por el cambio y la sana distancia del gobierno para amainar el voto de castigo, buscar la elección y una vez lograda, reiterarle su apoyo y lealtad al Presidente en un acto de contricción y arrepentimiento, desvinculándose así, una vez más, de los electores; la otra sería igual pero manteniendo al final el compromiso con la sociedad, y dando con ello la espalda al Presidente y a la cúpula del PRI.
Este es hoy el gran predicamento del partido, como consecuencia natural del proceso de claudicación de sus banderas nacionalistas y de justicia social, en favor de las otras, las de la globalización como antítesis del nacionalismo, y del neoliberalismo feroz, como enemigo acérrimo de la justicia social. Después de todo, la crisis política, económica y ética que vive el país, no es sino el resultado de esa claudicación fundamental, que tiene al partido al borde de su derrota y destrucción histórica.