Cuando en los primeros momentos de su sexenio el presidente Zedillo se manifestó en favor de la ``sana distancia'' entre su gobierno y el PRI, tal vez lo hizo convencido de la necesidad y posibilidad de ponerle fin al ensamblaje PRI-gobierno, motivo de desgaste y de crítica constantes de la oposición y de numerosos estudiosos e intelectuales, de dentro de y de fuera del país. Igual convicción se puede advertir cuando en España, al responder a cuestionamientos de académicos, habló de la necesidad de que la reforma electoral ``no deje ninguna duda acerca de aquelllos aspectos regulatorios que nos permitan garantizar que el gobierno y los partidos cumplan la ley, que no deje una relación ilegítima entre ningún partido y el gobierno''.
Dos años y medio después, no por olvido sino por nerviosismo, y angustiado por la nueva circunstancia política nacional, el presidente Zedillo da un viraje sin precedentes, hace a un lado aquello de la ``sana distancia'' y la banda presidencial, y con su camiseta priísta se lanza a la campaña electoral, para salvar al partido oficial y a sus candidatos de un posible desastre en las elecciones del próximo 6 de julio. No sólo el Presidente, también otros funcionarios federales y estatales, según declaraciones de Humberto Roque, van a hacer campaña en favor del PRI. Esto es, se pondrá todo el peso de la burocracia estatal priísta en favor de su partido. Con ello van a introducir fuertes componentes de inequidad en el proceso electoral y pueden incurrir en delitos sancionados por la ley. De ser así, el IFE y el Tribunal Federal Electoral deberán tomar cartas en el asunto.
Sin embargo, es explicable la angustia y el nerviosismo oficiales. Por primera vez existe la posibilidad real de que el PRI pierda la mayoría en la Cámara de Diputados, y con ello su capacidad para imponer políticas y leyes sin tomar verdaderamente en cuenta a otras fuerzas políticas y a la sociedad. De materializarse esa posibilidad, aunque ni el PAN ni el PRD consiguieran convertirse en mayoritarios, cambiaría favorablemente la correlación de fuerzas políticas y sociales en el país; se abrirían las puertas para iniciar rectificaciones al desastroso rumbo neoliberal impuesto al país en los últimos lustros, que ha llevado al borde de la desesperación a millones de mexicanos y mexicanas. Una Cámara de Diputados sin el aplastante y mecánico dominio del PRI, independizaría realmente al poder legislativo, sería un contrapeso efectivo al presidencialismo autoritario; permitiría abordar con libertad y resolver cuestiones importantes en la vida nacional, como el conflicto en Chiapas, cuya solución es obstaculizada por poderosos intereses económicos y enfoques autoritarios.
Pero lo único que no quieren el Presidente, su equipo, los viejos dinosaurios del grupo Atlacomulco y los empresarios más ratardatarios es una Cámara de Diputados independiente. A Zedillo no le cabe en la cabeza, lo que para la sociedad es un reclamo creciente y una necesidad del desarrollo democrático: un poder legislativo en el cual los diputados piensen con su propia cabeza y legislen sin consignas. El Presidente quiere una mayoría incondicional y sumisa en la Cámara, que de manera acrítica lo mismo apruebe reformas constitucionales regresivas como las aprobadas en el sexenio anterior al 27 constitucional, que aumentos al IVA en este sexenio o reformas como la del Seguro Social, severo y despiadado golpe bajo al sistema de pensiones público y solidario, para convertir los ahorros de los trabajadores en botín de unos cuantos bancos y financieras.
Ante esa posibilidad de que en las urnas, al emitir su voto los ciudadanos modifiquen la composición de la Cámara favorablemente a la democratización del país y a reformas duras del rumbo económico, el Presidente --convertido en activista político-- mostró desesperación en su discurso en el acto de protesta de los candidatos priístas. Tras esa desesperación se puede esconder la determinación de hacer todo cuanto esté a su alcance --aunque se salga de los marcos legales-- para impedir la pérdida de la mayoría de su partido en la Cámara y la derrota en el DF. Eso sería una regresión política que metería al país en un camino lleno de peligros y descomposición. Pero el nerviosismo y la angustia son malos consejeros.