La morena torre de La Giralda, impresión de robustez y firmeza, atenuada a la grosería del excesivo afecto por unos cuantos ajimeces que rompen a trechos el muro y se abren con inesperada gracia, contemplaba absorta la magia de las verónicas de Curro Romero, este jueves pasado, el auténtico toreo --del mejor de los toreros--, por no decir el único que acabó con las figuras de la actualidad, con su personalidad arrolladora y el mando de su capote, a los 64 años.
Sus lances a la distancia, embarcando al toro, templando, cargando la suerte, las manos muy bajas y colocándose para la siguiente verónica estuvieron cargadas de la encajería milagrosa que dibujaba en el aire azul sevillano geométricas combinaciones, sin otro asunto que llegar a una suprema belleza ornamental. El preciosísimo de su brillante imaginería hería en lo más íntimo a los aficionados por la elegancia primorosa de su toreo.
Toda Sevilla estaba dominada por la torre eminente. Como toda Sevilla estaba dominada por el capote de Curro Romero, quien regresó a la Real Maestranza de Caballería a demostrar y enseñar lo que es el toreo, con hondura y torería. Se le veía por todo el redondel con sorpresas encantadoras. El guía más seguro para los azares de la magia sevillana. Guía en el océano de la ``feria de farolillos''. Curro y La Giralda se convierten al fin en obsesión. A cada instante se ofrecerán con diferente expresión de líneas impensadas y matices de color diverso. Como diría Juan Ramón Jiménez, el poeta, ``¿No vuelve abril desnudo en flor, cantando en caballo blanco?'', y a lo que agregaría: ¿no vuelve Curro en abril, a la caída de la tarde torera, colorada de oro sublime, al mecer la verónica?
Después de la corrida en la hora nocturna, Sevilla sugería la idea de plenitud y eternidad colmada por el toreo currista aromado de Romero. Desde la balconería de la plaza o de la Torre brotaba un motivo de belleza, tan sólido y robusto como las verónicas milagrosas del sevillano. Como las columnas plantadas de olivos que azuleaban en las llanuras del campo bravo. Y el río que torcía su curva y mimetizó a Curro con la curva del toreo, y de esa morena que se alejó buscando el mar.
Fue el espíritu el más favorecido porque la feria sevillana y Curro nos comunicaron la esencia de su historia, que es parte de nuestra historia. Sensación de altura inefable en la que la feria, Curro, el río y la torre son más graciosas, esbeltas y fuertes de como las imaginamos. ¡Olé por Curro Romero, el mejor de los toreros!