José Steinsleger
¿Corrupción o cleptocracia?

``Corromper'' es un verbo transiti vo muy usado porque su interpretación admite distintos significados. En cambio, ``robar'' no deja lugar a dudas. Se puede corromper el equilibrio emocional de un niño o la estructura de un cuerpo inerte, la moral de un funcionario o las esperanzas de un país. En rigor, nada es incorruptible. Pero robar es, simplemente, apropiarse de lo ajeno.

Durante siglos, los piratas de los siete mares lucharon con alma y vida por el modelo político que los respaldaba: la cleptocracia, o gobierno de los ladrones. El principio lógico era muy sencillo: para reinar hay que robar. En 1572, cuando la cultura anglosajona carecía de los recursos y las condiciones para extender certificados de moral y democracia, la reina Isabel I de Inglaterra financió una flota naval gigantesca con el propósito de saquear los tesoros de la corona española, producto a su vez del saqueo de los pueblos de América. La empresa fue confiada al pirata Francis Drake. Cinco años después, agradecida por el ``pragmatismo'' y la ``eficiencia'' demostrada, la reina honró al pirata con el título de caballero del reino y le dejó como obsequio una espada de oro y de diamantes.

En América hispana los españoles ejercieron otra variable de la cleptocracia: la venta de los cargos virreinales. Quienes los compraban sabían que estos cargos generaban dinero. Pero cuando al advenir la independencia los criollos se dividieron entre liberales y conservadores, la gobernabilidad fue imposible. Los unos querían consolidar el poder con el modelo aristocrático y terrateniente hispanizante carente de tecnología. Los otros creyeron que el progreso sólo requería la copia textual de la democracia anglosajona. Empero, ambos subestimaron que en la metrópoli, tanto el poder de la nobleza linajuda y atrasada cuanto la vitalidad de los razonamientos filosófico-políticos del progreso, se apoyaban en una sólida fuente de recursos: la explotación colonial.

Finalmente, después de guerras interminables, los clanes gobernantes entendieron que sólo si se aliaban podían gobernar. Por tanto, el paso siguiente consistió en persuadir a la población de que los intereses de toda la sociedad eran idénticos a los intereses que defendían para sí mismos. ¿Cómo lograrlo?

Fue en la Alemania de Bismark (1862-1890) donde los gobernantes y funcionarios de las nacientes repúblicas hispanoamericanas descubrieron las formas más avanzadas de la cleptocracia moderna: reparto de propinas, compensaciones y estipendios y regalías en la burocracia ministerial. Estos funcionarios se tornaban en personas susceptibles a las recomendaciones de los capitalistas. En tales circunstancias, el Poder Legislativo sólo servía a los efectos decorativos pues poco podía hacer para controlar o limitar las acciones del gobierno.

La cleptocracia liberal-conservadora apuntó a los deseos sociales inconscientes: la identificación con los ornamentos cosméticos del poder, los brillos y lujos de sus atuendos y viviendas, y la exhibición de un poder que seducía a los que deseaban tener esta riqueza. Ellos habían llegado a la meta, ellos habían triunfado. Y esto les daba cierta notoriedad y legitimidad para gobernar. Esta modalidad de gobernar fue la que llevó al sociólogo Max Weber, el mayor teórico de la modernidad, a decir que las formas cleptocráticas de poder son correlativas a los sistemas burocráticos autoritarios. Y viceversa.