Mujeres, base del EPR en la Sierra Madre Oriental
Roberto Garduño E., enviado, Sierra Madre Oriental Ť Como sucede en otras regiones marginadas del país, la historia se repite. Sólo seis meses del año hay hombres en las comunidades nahuas de la Sierra Madre Oriental, la mayoría marcha al sur de Estados Unidos para trabajar como jornaleros, y entre la sinuosidad de la tierra se quedan las mujeres que -ancianas, maduras y jóvenes- forman la base más importante de la milicia del EPR.
Situadas en la zona alta de la cadena montañosa, las comunidades nahuas producen para el autoconsumo maíz, frijol, caña y naranja. La tierra la hacen producir las mujeres de todas edades y los pocos hombres, la mayoría viejos, que ya no aguantan la migración. Saben manejar el machete y algunos viejos fusiles para la defensa de sus tierras, producto del desmonte en prolongadas pendientes de difícil acceso. Su mayor temor, dicen, son las incursiones del Ejército Mexicano, ``para encontrar a los combatientes''.
En algún lugar de la Sierra Madre Oriental, milicianos del EPR
reciben con música a los visitantes. Foto: Duilio Rodríguez
Todos los días, sin importar los de fiesta, la faena comienza para los habitantes de la sierra. Entre maizales, Elvira y sus dos hijos recogen el rastrojo. En silencio, hacen montoncitos de hoja seca y yerba. Cubren sus rostros con paliacates rojos. La madre resume en una frase los capítulos de la vida diaria: ``trabajo en la casa y trabajo en la milpa''.
-¿Los hijos van a la escuela?
-Sí van, estudian la primaria, pero tienen que cruzar la loma y llegan cansaditos.
-¿La acompañan a la milpa?
-Tienen que limpiar el monte, deben ir a la barbechada.
-¿Y cuando enferman?
--Hay muchas enfermedades, mucho animal. Los hijos se enferman de calentura, de gripita y del pecho.
-Pero los atienden...
-Sí, hay doctor, pero nada más da receta; no hay medicina.
-¿Y el hombre? ¿Su esposo?
-Está aquí, pero ya se va porque el maíz no alcanzó y puede venir la hambre.
En la Sierra Madre Oriental el caciquismo tradicional que surgió en la etapa posrevolucionaria está en agonía, pero la forma de posesión de la tierra de los pequeños propietarios -que en teoría deben poseer de 20 a 30 hectáreas- se consolidó como presión a las comunidades campesinas e indígenas, porque familias enteras se adueñaron de las tierras más productivas.
Ahora, entre pendientes y hondonadas, grupos de familias que forman nuevas comunidades fueron empujados al monte. La necesidad los obliga al desmonte y a utilizar tierras que por el fenómeno de la erosión son improductivas en el corto plazo.
Y entre la falta de tierra, la ausencia de los maridos y la escasez de alimentos para el autoconsumo, las mujeres de la agreste serranía enfrentan otro punto de conflicto, dicen ellas: la presencia del Ejército Mexicano.
Matilde, una mujer madura de 50 años, pero con aspecto de anciana, es una de las que mayor autoridad tiene entre los habitantes del pueblo. El domingo, día en que la comunidad acordó tener un encuentro con una columna de milicianos del Ejército Popular Revolucionario en el monte, ella se encarga de preparar el mole de olla y las tripas con mixtamal y epazote.
Ella vive sola con dos hijas, pues los tres varones que procreó se hallan en Estados Unidos trabajando como jornaleros. Su esposo una vez se fue y ya no regresó, nunca supo qué pasó con él. Ella es quien alerta sobre los patrullajes militares y la Policía Judicial:
``Señor, tenemos miedo'', dice lacónica.
-¿A qué?
-A los soldados y a los policías, que a cada rato suben para revisar las casas, y hasta se meten al maíz, tumban caña y dicen que buscan a los compañeros del EPR.
-Se aprovechan porque somos mujeres, nos amenazan, y dicen que nomás nos descubran que les damos de comer y...''
-¿Por qué apoyan al partido (así conocen al EPR)?
-Queremos un cambio, queremos seguridad; ellos nos la dan, nos ciudan, Nomás vea, nos sentimos seguritos, dice y señala la fiesta dónde los milicianos, sobre todo niños, adolescentes y hombres de edad, comparten una ternera con los integrantes del EPR.