La Jornada miércoles 23 de abril de 1997

Ugo Pipitone
¿Dónde estamos?

Me hago una y otra vez la misma pregunta y no puedo alcanzar una respuesta humanamente decente. ¿Es defendible o no la intervención militar en la embajada japonesa en Perú, que llevó a la liberación de los rehenes retenidos por el MRTA por 126 días? Desde el punto de vista táctico fue un éxito indiscutible. Desde el punto de vista humano (no puedo decir político, sin sentir un envilecimiento de razones y dilemas que trascienden cualquier política) no lo sé. A alguien que opina profesionalmente en la prensa se le pide que opine, que formule opiniones. En este caso, sin embargo, no puedo. Y quiero decir las razones de mis dudas.

No es justo (y lo digo así, conociendo el peso de la palabra que acabo de usar) que, en nombre de alguna causa, alguien amenace la vida de decenas de personas por más de cuarenta días. Digámoslo más claramente: no es justo que nadie amenace la vida de nadie aunque sea por un segundo. Esta injusticia del MRTA debía ser eliminada por el gobierno peruano. Era su responsabilidad, y no sólo legal, por cierto. Preferentemente a través de negociaciones y de no ser posible, tal vez (pero esto es exactamente aquello que no sé), en forma de violencia legal. Por esto se persiguen los delitos; por serlo y por amenazar el grado de civilización alcanzado por una sociedad.

¿Pero es acaso justo, o humanamente aceptable, que en el operativo militar peruano muera una niña-guerrillera que, proveniente de un pueblito perdido, había sido violada tres veces por su padre antes de, y podemos imaginar en qué condiciones de espíritu, enrolarse en el MRTA? Una vida miserable, de la cual la entera sociedad peruana es responsable, terminada con una o varias balas de plomo en el cuerpo a los dieciseis años. ¿Las razones de la política requerían esto? Honestamente no sé qué debería haber hecho Fujimori. Perosé dos cosas. La primera es que en la embajada japonesa en Perú hubo múltiples homicidios de parte del ejercito de ese país. No puede racionalmente explicarse de ninguna otra forma que todos los miembros del MRTA fueron muertos, sin que un solo deellos sobreviviera, aunque fuera gravemente herido. Y ésta es una vergüenza para los soldados y oficiales del ejercito de Perú y para el presidente Fujimori. No es tolerable (ni humana ni políticamente) que quien tutela la ley se comporte como un asesino a sueldo.

La segunda es que si hubo sólo un muerto entre los rehenes, esto significa que el comando del MRTA decidió no asesinar a aquellos que estaban en su poder: un rasgo de nobleza que no embellece al terrorismo pero que nos obliga a evitar jucios demasiado contundentes que, a menudo, debajo de una moralidad encendida, esconden solamente la estupidez.

En la desesperación (o en el atraso cultural) algunos optan por el terrorismo o la guerrilla sin querer entender que en gran parte del mundo, y seguramente en Perú, ese es ya sólo un camino suicida, que sólo produce dolor inútil. Y, sin embargo, el asesinato a mansalva, en nombre de la legalidad, sigue siendo una aberración intolerable.

Entre el asesinato de Estado y la irracional violencia guerrillera es inútil buscar alguna racionalidad intermedia. La humanidad está en otra parte. Pero ¿dónde? He ahí el problema.