El gobierno se hace con agradecidos, me dijo alguna vez Mario Monteforte Toledo. Y en México los agradecidos, que sí los hay, son muy pocos.
Este es el clima, pienso, que envolverá el proceso electoral del 6 de julio próximo. Por lo que he podido observar y leer en los periódicos sobre las campañas de los candidatos a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, además de las encuestas de buena fe que conocemos, el PRI y el PAN se verán poco favorecidos por el voto popular.
El PRI tendrá dificultades serias para ganar, porque la gente lo asocia, con razón, al gobierno, y el gobierno, como bien sabemos, no es popular, entre otras razones porque la política que ha seguido es contraria al pueblo. Todos los indicadores económicos oficiales, de los sindicatos de trabajadores y de los grupos empresariales, nos dicen que la situación de la mayoría de los mexicanos está peor que en 1982; que los trabajadores tienen que trabajar más para obtener menos de lo que compraban con su salario hace 15 años; que los empresarios micro, pequeños y medianos que han sobrevivido tienen dificultades para producir y más para vender; que el campo produce más emigrantes que alimentos (los primeros los exportamos, los segundos los importamos); y que, en fin, son muy pocos los renglones económicos que se encuentran sanos y a salvo. En resumen, los agradecidos con el PRI deben ser muy pocos en comparación con los que tenían algo que agradecerle hace 20, 30 ó más años.
El PAN se ha lucido haciendo tonterías desde varios de los gobiernos municipales y estatales que ha ganado, lo cual no ha dejado de preocupar a muchos mexicanos, que si bien son medio conservadores no lo son tanto como para meterse en sus casas a las diez de la noche o para reprobar fotografías de señoritas con poca ropa. Pero, además y sorprendentemente, su candidato a la jefatura del gobierno del DF se ha dedicado a caer mal y a competir con desventaja, es decir sin profesionalismo, con varios de los pésimos cómicos de la televisión. Alguna vez vi un programa que me parece se llamó ``La jaula de Piolín'' (canal 40) y, francamente, me dio pena ajena. No creo que en estos momentos el PAN mantenga su tendencia de votación ascendente del pasado.
Cuauhtémoc Cárdenas me invitó a acompañarlo el domingo pasado a su campaña en Coyoacán y en la colonia Moctezuma. Fue una experiencia interesante para mí por varias razones, y aclaro que no soy miembro del PRD ni milito en partido alguno.
Mi observación en dos colonias muy distintas, una de clase media y la otra ostensiblemente con gente pobre, fue que en la primera (Coyoacán) los asistentes eran más participativos y entusiastas que en la colonia Moctezuma. Una señora del rumbo de la delegación Venustiano Carranza me explicó que ello se debía a que su población, precisamente por su pobreza, estaba menos informada que la de Coyoacán: los periódicos son caros para muchos y su interés por la política, después de luchar para medio vivir, era muy secundario pues sus prioridades son mucho más inmediatas. Me dijo, asimismo, que entre los sectores más depauperados de la sociedad urbana hay una especie de desengaño sobre la política, pues en periodos electorales todos prometen, pero en la vida cotidiana no ven cumplimiento alguno, sino peores condiciones de vida.
Aun así, observé también que los asistentes a ambos mítines veían en Cuauhtémoc Cárdenas a un líder creíble y confiable, a un político distinto, sin voz engolada y sin discurso florido y sonoro. Cuauhtémoc camina sin prisas entre la gente, es uno más y no requiere de cuerpos de seguridad. Una señora del mercado 20 de abril se me acercó y me pidió que le dijera al candidato que se le quería y que confiaba en él porque ya estaban hartos de lo mismo y él era sencillo.
En términos de percepción subjetiva, de sensación personal y no de conocimiento científico, me pareció, después de haber sido testigo de otras campañas en el pasado, incluso del PRI, que la hora de Cuauhtémoc ha llegado, como ocurrió en 1988, con la salvedad de que ahora nadie permitirá que su triunfo sea escamoteado.