Olga Harmony
Hamlet

A partir de los románticos, pocos personajes de la literatura universal han despertado tanto interés, y han tenido tan encontradas interpretaciones, como Hamlet. Generación tras generación se toma al personaje shakespereano para expresar lo que en el momento concierne. T.S. Eliot, en 1929, encontraba que el fallo de Shakespeare --en una obra que para nada le gustaba-- era que no había presentado al príncipe danés como un adolescente, ya que ese sentimiento que lo posee y que desborda a su objeto (Gertrudis) es propio de la adolescencia. Ahora, dos jóvenes mexicanos abordan al personaje como un adolescente de su generación, y a través de él y del mundo que lo rodea, muestran muy al desnudo la confusión que invade a esa porción de la juventud que vive en un mundo sin esperanzas.

Tan estrecho es el lazo entre la concepción dramática de Luis Mario Moncada y Martín Acosta y la escenificación que hace el segundo, que es muy difícil hablar por separado de una y de otra. La adaptación sigue en todo, formalmente, los lineamientos shakespereanos, mezcla momentos del habla del original con otra más llana, elimina a algunos personajes y por ende escenas enteras y subvierte algunas acciones con elipsis como es el encuentro de Hamlet con las tropas noruegas. Pero, sobre todo, arroja otro punto de vista sobre obra y personaje y nos entrega un Hamlet contemporáneo, desde esa primera escena en que los jóvenes oficiales hablan de la amenaza que entraña el avance de Fortinbrás, sin tomarlo excesivamente en serio, antes de que aparezca un Horacio juguetón y muy joven, con una cierta frivolidad que los emparenta con la generación del hedonismo; será Claudio, en su oración culposa, el que se refiera a la corrupción ambiente, porque incluso el famoso ``Hay algo podrido en Dinamarca'' es dicho por los oficiales como si se tratara de una broma.

El mundo que rodea al Hamlet adolescente está plagado de equívocos, sin límites reconocibles de la realidad, borradas las fronteras de raza, edad y tendencia sexual. Así, Gertrudis es negra, muy seca, hombruna, mientras Claudio es muy joven, casi tanto como su sobrino-hijastro y establece signos de complicidad ambigua con el cortesano Osric. La Ofelia de apariencia prerrafaelista se muestra en todo momento indiferente y mecánica, sin sombra de la dulce ingenuidad que todos le suponemos; la misma actitud muestra con Hamlet que con Polonio, al volverse con la divertida tortuga, o cuando transita entre el acoso sexual de Claudio y Osric. Los hombres se tocan, actúan siempre en una cercanía corporal también muy ambigua. Como si una indefinible corriente subterránea alimentara la realidad visible.

Asimismo, están los juegos referenciales. La tina en que se sumerge Ofelia, ya demente, alude al arroyo en que perderá la vida. Rosencrantz y Guildenstern se convierten más en los personajes de Tom Stoppard, un tanto incapaces y atontados, que en los originales de Shakespeare, en las graciosas actuaciones de Mario Oliver y Juan Carlos Vives. La sombra del rey asesinado utiliza coturnos y es representada por el actor (Jorge Avalos) que hará el mismo papel en la representación de los cómicos y al sepulturero. Y ese Hamlet, interpretado por Doménico Espinosa --quien al principio desconcierta, porque parece desprovisto de intensidad y de fuerza, hasta que se descubre que en eso estriba el acierto de su tono y entonces conmueve de modo extraordinario-- que en alguno de sus muchos soliloquios se dirige al público como a alguien cercano e íntimo, como pidiendo comprensión y amparo.

En un escenario vacío, con trampas que lo mismo pueden ser la tina en que yace Ofelia, el lugar donde se oculta Polonio, o la tumba que abre el sepulturero, la luz casi se convierte en escenografía. Surge de hoyos en el escenario, como un cielo invertido, se juega en un espejo, refleja en los adornos del espectro y su acompañante, ambienta cada escena. Se debe a Matías Gorlero, como el muy buen vestuario a Sara Salomón y el diseño sonoro a Héctor González Barbone. El elenco es también un buen apoyo, aunque Rafael Pimentel como Polonio no esté tan bien como sus compañeros más jóvenes, o Marco Pérez como Osric y Héctor Sánchez como Laertes no tengan muy buen desempeño. Quizá Acosta se excedió en respetar el consejo de Hamlet a los cómicos de que no griten --lo que se agradece-- y por momentos sus voces son poco audibles, pero el resultado general es de alto nivel artístico.