Miguel Barbachano Ponce
Imágenes de Zapata

La carta que el EZLN envió al más allá a Emiliano Zapata, para informarle que su ideología sustentada en dos palabras axiales de nuestra lengua: ``Tierra y libertad'' aún continúa vigente, me provocó un caudal de imágenes (fijas y en movimiento) de aquel hombre que nació en Anenecuilco en 1873 para algunos, en 1877 para otros, o en 1879 para la mayoría y fue asesinado el 10 de abril de 1919, a las 14:10 horas en Chinameca, y que hoy sigue siendo jefe máximo de todos los hombres, mujeres, niños y ancianos que todavía creen ``que a las exigencias justas no se les contesta con muerte'', como a él le sucedió aquel día de abril hace 78 años. Pero demos paso a las imágenes que guardo en la memoria de don Emiliano. Una hace referencia al concejal mayor de Anenecuilco, vestido de charro, con sombrero galoneado, sobre su caballo favorito. Porque así, sobre silla engalanada con carabina 30-30, reata circular, lucía el revolucionario.

La siguiente visión, recrea a Zapata y a Villa acomodados en una sala de Palacio Nacional, descansando de la cabalgata por las calles de la capital, aquel memorable 6 de diciembre de 1914. El norteño ocupa ``la silla'' que fatigó durante 34 años Porfirio Díaz, a su derecha Emiliano, cuyas manos de agricultor, arriero, caballerango, revolucionario, descansan una sobre su sombrero, la otra cerca de la rodilla de su amigo. A propósito de las imágenes en movimiento la primera que viene a perturbarme es la de Marlon Brando, en un momento estelar de Viva Zapata, la biografía creada en 1952 por Elia Kazan sobre la cual el cine-director estadunidense escribió: ``La película debe verse como una tragedia en tres actos. En el acto primero un hombre se organiza, con todo el pueblo a su alrededor bajo la presión de terribles injusticias. Segundo acto: La rebelión se transforma en revolución victoriosa. Una vez en el poder, Zapata no sabe cómo ejercerlo. Descubre que corrompe, entre otros, a su hermano Eufemio'' (Anthonny Quinn, Oscar por aquella soberbia encarnación). Tercer acto: Zapata asqueado abandona el poder y se vuelve altamente vulnerable. Olvidemos las vivencias de índole visual para dar curso a la opinión de la crítica acerca de la cinta: ``Dirección grandilocuente y fría influenciada por Eisenstein (¡Que viva México!) que sin embargo resulta eficaz para mostrar y demostrar que cualquier revolución o corrompe a los protagonistas o los conduce al martirio''.

Retomemos nuestra pulsión imaginativa para conducirla por los caminos del cine mexicano para encontrar a Zapata y a los zapatistas. La escondida (1955), de Roberto Gavaldón, en cuyo contexto Pedro Armendáriz encarna a un peón zapatista es el recuerdo inicial. Luego volvemos los ojos a El caudillo y La chamuscada, realizadas ambas en 1967 por Alberto Mariscal. En la primera, Luis Aguilar interpreta a Valentín de la Sierra, el héroe zapatista protagonista de un famoso corrido popular. En la otra, el drama se centra en el zapatismo. Para terminar nuestro tránsito por la senda de la ficción nacional, recuerdo que en 1970, Felipe Cazals articuló una biografía fílmica del caudillo agrarista con Antonio Aguilar como Emiliano, Mario Almada como Eufemio y David Reynoso como Villa. Ahora es necesario recoger los fotogramas de dos mediometrajes realizados por el cine nacional.

Uno, Testimonios zapatistas (1982), dirigida por Adolfo García Videla, con la asesoría de John Womack Jr. presenta en estricto estilo documental, variado diálogo con los veteranos de la guerra sureña. El otro, incluido en el serial de recreación histórica producido por UNAM en 1991, lleva por título Se está volviendo gobierno'', y muestra las luchas que estremecieron a nuestra patria y al mundo durante un lustro trágico 1915-1919. Años que concluyen en la realidad y en el celuloide con el asesinato de Emiliano Zapata, suceso estructurado a través de fotografías nunca vistas, imágenes antológicas plenas de gritos, balas y fusiles, mismas que ahora se atropellan en mi mente, y vienen a oscurecer la imagen de aquel hombre de espeso e interminable bigote, improbable sonrisa y ojos de inquisidora mirada.