La patria de Tupac Amaru, otra vez escenario del triunfo vergonzante de la fuerza bruta contra la disensión opuesta al statu quo --rebeldías y exabruptos desesperados--, sufre de nueva cuenta humillaciones en su dignidad y angustiantes vacíos en las despensas familiares. No bastó el asesinato de Atahualpa en manos de Pizarro, ni la perversa conversión de lo indio en esclavitud despreciable, pues pronto se agregarían ominosos pecados luego de los sueños bolivarianos y de la extinción de sus ilusas repúblicas de libertad, cometidos por los innovadores poderes acunados en la revolución industrial inglesa.
Las historias del Perú que tanto amara Pablo Neruda, y de la limeña capital culta, del José Vasconcelos herido de muerte en Topilejo, es a nuestros ojos un proceloso caudal de agonías y heroicidades que una y otra vez escapa de la muerte porque los peruanos aún son poseídos por las aspiraciones más puras del espíritu. Entre los escombros de la vida social y la sofisticada merde politique resaltan sin embargo los símbolos de la contradicción nacional. Uno, representado con perfiles definidos por las negociaciones que antaño y hogaño envenenan la patria, está configurado por el general Manuel Odría, sucesor golpista del presidente Bustamante, el amenguador entonces de las ambiciosas Cuarenta Familias. Otro, encarnado en Víctor Raúl Haya de la Torre, se ve configurado en la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), cuyo reciente y episódico renacimiento fue aplastado por el tonante Alberto Fujimori, dinamitador de instituciones constitucionales, adueñado del antiguo Palacio Virreinal y bien acomodado en la soldadesca local y ante los ojos de acaudaladas élites foráneas y de castas locales y legatarias de los añosos y apetecidos goces odriaicos, aunque por hoy suenan de manera distinta las trompetas de Jericó.
El creciente peso militar de Washington y su necesidad de fortalecerse económicamente ante el empuje de la Unión Europea y el sudeste asiático, determinaron en sus élites la necesidad de asegurarse, en Latinoamérica, las gigantescas reservas de trabajo y bienes materiales que posee, por la vía de fomentar y mantener gobiernos afines a sus proyectos de dominio, a cambio de certificarlos o adiestrarlos en la lucha contra las virtuales o actuales insurgencias que se gestan en pueblos que, víctimas de terribles expoliaciones, se nutren en la honda cultura que les otorga vida y presencia. El aprismo, allendismo, el castrismo, el sandinismo y el cardenismo son algunos de los grandes ejemplos de nuestra existencia republicana como instancia política de la democracia y la justicia. Estas son las trincheras que las hegemonías externas e internas buscan enterrar para que esa instancia sea transformada en sustancioso provecho de las potestades del capital que por hoy imperan en el Nuevo Mundo. En tal panorama Fujimori compendia al enemigo número uno de la nunca olvidada ni sepultada república peruana de la libertad y la equidad social.
Claro que el comando del acribillado Néstor Cerpa cayó en el error de secuestrar a personas inocentes; esto no es aceptable, pero tampoco lo es meditar y preparar con el mayor sigilo, usando medios e ideas casablanquistas, el golpe devastador del pasado martes 22, contra el grupo emerretista que esperaba una negociación inteligente. ¿Por qué, no obstante, ocurrió la tecnologizada acción en la embajada japonesa? Se trata sin duda de un aterrorizante paradigma contra cualquier oposición a la lógica de dominio total, puesta en marcha por Washington dentro de las naciones latinoamericanas, a fin de garantizar el supremo mando estadunidense en el milenio que iniciará el próximo año 2000. Eso mismo idearon en la antigüedad imperial romana las autoridades que, para lección de los no romanos, crucificaron por todos los caminos a los sublevados e indeseables espartaquistas. ¿Y qué fue lo que sucedió?.