Jean Meyer
Una OTAN mayor, ¿para qué?

Sobre la expansión de la OTAN hacia Europa Central, no tengo una religión hecha. Voy y vengo pero, francamente, ¡cuánto tiempo y cuánta energía! gastados, perdidos por el presidente Clinton y los diplomáticos americanos y soviéticos. Hoy en día hay problemas mucho más urgentes que contener una ilusoria amenaza rusa sobre Europa. Washington debería dedicarle el mismo esfuerzo a sus relaciones con China, con América Latina, a la magna crisis del corazón de Africa (Zaire y los grandes lagos), a la crisis suspendida de los Balcanes, a los riesgos terríficos que Ben Netaniahu nos está haciendo correr alrededor de Jerusalén, la ciudad tres veces santa. Quién sabe qué podría surgir muy pronto de esa zona de fracturas telúricas; son tremendos los riesgos de una deflagración que podría incendiar toda la región, si no es que el mundo.

El presidente Clinton debería haberle exigido a Netaniahu, en el primer minuto, la cancelación de ese fraccionamiento criminal entre Jerusalén y Belén, en lugar de quitarle tiempo, en Helsinki, a un Boris Yeltsin que tiene demasiado quehacer en la casa Rusia. Al decir que no le toca intervenir a Estados Unidos, sino que las dos partes (palestinos e israelíes) deben ponerse de acuerdo, Clinton manifiesta que no sabe cuál es su responsabilidad.

Parece no saber tampoco cuál es frente a China, Africa, México. Algún día el futuro historiador se reirá mucho de la estupidez del gobierno Clinton, capaz de gastar 40 mil millones de dólares (si no es que 80) para expandir la OTAN después de la guerra fría. Una OTAN incapaz de parar la guerra balcánica en 1991, en Dubrovnik y Vukovar, cuando eso lo podrían haber logrado con tres barcos, tres docenas de aviones y tres mil hombres; una OTAN hoy criminalmente lenta en decidirse frente al caos de Albania; OTAN, ¿para qué? Despierte usted, presidente Clinton, la guerra contra los comunistas ha terminado. La paz del mundo está amenazada en Jerusalén y en los Balcanes. El problema albanés es como un contrapunto irónico a sus esfuerzos otanescos. Todo parece comprobar que la OTAN sirve para tratar problemas que no existen ya (la amenaza rusa) pero no sirve para enfrentar la destrucción cuando es muy real, a sus puertas, como en Bosnia o Albania.

Es más fácil derrotar a los rusos en batallas de papel, aprovechando su debilidad presente, que poner en su lugar al señor Netaniahu. Pero ¿de qué sirve? Antes que prevenir una eventual amenaza rusa es urgente consolidar la estabilidad en Rusia, ayudarla a armar su economía y una verdadera democracia. ¿Por qué no gastar en eso los 40 mil millones previstos para la expansión de una OTAN que no quiere incluir a los tres pequeños países bálticos, los únicos que pueden temerle, con buenas razones, al oso ruso? Sería una mejor inversión que debilitar a Yeltsin frente a una clase política ``nacional-patriótica'' muy enojada por lo que considera una ``traicionera capitulación sin combate''. El general Liebed les dijo y les repitió a sus colegas de la OTAN: ``no humillen a Rusia. El Occidente actúa como vencedor y nos humilla''. Por lo pronto, el Congreso ruso se niega a ratificar el ya viejo acuerdo de desarme STAR, y para los rusos despotricar contra la OTAN sirve de ideología nacional (a falta de una ``nueva idea nacional rusa'' que todos buscan desesperadamente).

La única manera de agrandar la OTAN sin agraviar a los rusos sería integrando a Rusia. De otro modo, por más que se diga que no, la OTAN será una amenaza para Rusia. Si la expansión geográfica de organización no va contra Rusia, no hay ninguna razón para que ésta no entre en ella. Sería una manera de cortar el nudo gordiano.