La Jornada viernes 25 de abril de 1997

Pablo Gómez
Presidente en campaña

El argumento principal de Ernesto Zedillo al contestarle a Andrés Manuel López Obrador, es que él resolvió la crisis de diciembre de 1994, mientras que el PRD se opuso a todas las medidas económicas que entonces se adoptaron.

El Presidente está en campaña y lo hace francamente mal. La crisis de diciembre de 1994 fue provocada por el gobierno del cual formó parte Ernesto Zedillo y por el de él mismo; quizá por ello fue removido el secretario de Hacienda, justamente para que no tuviera que renunciar el jefe del gobierno y verdadero responsable del torpe manejo de la crisis. En aquél entonces, las autoridades pudieron haber tomado otras resoluciones para encarar la situación, pero dejaron que el peso rodara incontrolablemente, con el consecuente impacto inflacionario.

Mas aquella crisis que está vigente, a pesar de que Zedillo declara que la ``hemos superado'', costó al país una disminución de cerca del 12 por ciento en el consumo interno de los mexicanos, incremento del desempleo, ruina de miles de empresas, aumento de la deuda externa del país, hipoteca de la factura petrolera, elevación del impuesto al gasto, caída de la inversión pública y privada y mayor dependencia económica y política del país.

Los errores de diciembre son de Carlos Salinas, Aspe, Serra, Zedillo, Mancera y otros. Pero el Presidente se presenta como benefactor del país, como guía supremo y esclarecido, cuando todos sabemos que no es así.

Ernesto Zedillo pide que se preserve su mayoría en la Cámara de Diputados, pero se trata de una mayoría mecánica, sin la menor independencia frente al Ejecutivo, lo cual convierte a la Constitución en letra muerta. El Presidente, por su parte, mantiene la partida secreta y todos los gastos discrecionales: 32 mil millones en erogaciones adicionales (prevenciones salariales y económicas, en la nueva terminología), sin que exista ningún poder que lo controle y fiscalice.

La propuesta de Ernesto Zedillo para crear una contraloría superior de la Federación es sencillamente inaceptable, pues busca que el Presidente nombre a los fiscales. Por ello, la oposición no le brinda el voto requerido para una reforma de la Constitución.

El programa legislativo de Ernesto Zedillo ha sido notablemente mediocre, por una parte, y agresivo por la otra. La mediocridad se mide en la falta de iniciativas para abrir espacios de participación democrática, crear instituciones y ampliar libertades. La agresividad empezó con el aumento del IVA (que ahora Zedillo reclama al PRD por no haber apoyado) y otras reformas fiscales y presupuestales, pero se mantiene a través de iniciativas como la de vender la petroquímica en remates.

No existe convocatoria presidencial para delinear los nuevos rasgos del país. No puede hablarse de un programa de gobierno, a pesar de que Zedillo pide a la oposición que ésta presente sus programas a los electores: los planteamientos de los partidos opositores están a la vista --buenos o malos--, pero el gobierno no les responde. En cambio, un Presidente en campaña les reprocha a sus opositores y críticos la propaganda política basada en el vituperio al (sic) gobierno.

¿Qué acaso no existen motivos válidos para vituperar (criticar severamente) al gobierno? No puede existir programa alternativo sin crítica severa, sin examen radical, es decir, a fondo, hasta la raíz, del estado de cosas prevaleciente. Pedir a la oposición otra cosa es sencillamente el sueño dorado de un Presidente carente de sentido político e información sobre México, pero nervioso ante el inevitable declive del sistema político.