La justicia es representada con los ojos vendados y con una balanza en la mano, para simbolizar que no mira a quién juzga y que sopesa con equidad todos los argumentos. Pero en algunos países la simbología cambia y la venda parece haberle sido colocada a la fuerza, para impedirle ver y, por lo tanto, castigar.
Tal es, entre otros, el caso del fotógrafo periodístico José Luis Cabezas, torturado y asesinado en Pinamar, Argentina, cuando trabajaba en un servicio sumamente delicado y peligroso que implicaba a personajes del mundo económico acusados de mafiosos y muy ligados al entorno presidencial. Este caso tiene un trasfondo político, pues buscaba salpicar con la sospecha de complicidad en el crimen al precandidato presidencial más fuerte del partido oficial, el gobernador de la provincia donde se perpetró este asesinato, y en él aparecieron de inmediato demasiados ``culpables'' y se prospectaron demasiadas ``pistas'' destinadas no a esclarecer el caso sino a embrollarlo. Por eso la sociedad civil no ha cesado de protestar y de movilizarse masivamente y ahora los reporteros y periodistas han organizado una marcha que recorrerá 350 kilómetros hasta Pinamar, con el apoyo de importantes personalidades del mundo cultural y hasta de un premio Nobel, pero su protesta no ha podido arrojar luz sobre el crimen aunque sí ha permitido despejar varias de las cortinas de humo que las autoridades policiales se obstinan en fabricar.
Cada vez más, como lo enseña la matanza de miembros del MRTA en la residencia del embajador japonés en Lima, sectores decisivos de los gobiernos no dudan en violar las leyes para reforzar su poder, recurren incluso al crimen si lo consideran necesario y obstaculizan constantemente la justicia. Así está aconteciendo en Argentina. Los lazos cada vez más estrechos que existen entre las mafias y el poder y la creciente separación entre éste y la sociedad quitan márgenes al control popular sobre la vida política, imponen un régimen de barbarie y de grosera violación de los derechos ciudadanos, deforman y paralizan a la justicia. Junto con la soberanía, que se va a jirones como consecuencia de la mundialización que impone una virtual dictadura extranjera y destruye las economías nacionales, se disuelven la ciudadanía misma y el equilibrio de los poderes. En efecto, en el nuevo clima mundializado el Poder Judicial sirve al Ejecutivo o es maniatado por éste, que también somete al Poder Legislativo, transforma todo en un simulacro de vida democrática y abre amplias avenidas a la arbitrariedad totalitaria de esa estrecha alianza entre el poder y la delincuencia organizada, que se refuerza con la bendición de los que desde el exterior dictan las reglas del juego y sólo piden fidelidad a sus servidores, cerrando los ojos ante todo lo demás.