Todos los fines de semana, el jardín Centenario de Coyoacán se llena de paseantes, artesanos, artezánganos, adivinadores, mimos, robacoches, policías y menesterosos --entre ellos, el anciano violinista Pranganini--, que proclaman el orgullo de los mexicanos por la recuperación económica del país. El domingo pasado, a las ocho de la tarde (tiempo de la Bolsa de Valores de Nueva York), apareció una mujer de tres años, sola, bien vestida, bien calzada, muy bonita y muy limpia, que se plantó a la puerta de El Hijo del Cuervo, abrió la boca y se puso a llorar como no lo había hecho, quizá, desde el día de su nacimiento.
El señor Hurtado, bondadoso portero del célebre cultubar, se acercó a la llorona intrigado, la cubrió con su espalda para protegerla de los pies de la multitud, y se irguió cargándola entre los brazos y esperando que alguien la reconociera. No fue así. Pasaron tres horas. A las once de la noche, después de llamar once veces a Locatel --y comprobar, hasta el borde mismo de sus propias lágrimas, que esa institución del ``gobierno'' no tiene personal de guardia para acoger a los niños que son abandonados los domingos--, el señor Hurtado, que vive solo y es pobre como actor de teatro, resolvió quedarse con ella. Para siempre, quiero decir. Yo la crío, pensó, le doy mi nombre y la hago universitaria, porque de ningún modo estaba dispuesto a obedecer las escalofriantes instrucciones que le habían dado por teléfono: ir a la delegación más cercana y entregarla.
--¿Cómo se va a estar ahí, solita, rodeada de policías panzones? --me dijo.
--Llévatela a tu casa --le aconsejó un parroquiano sensato, pero sobre todo realista--, y mañana te acusan de secuestro y hasta de violación. ¿Cómo sabes que esta pobre todavía es virgen?
Así que, imaginándose que llevaba un bulto de materia prima para el tráfico internacional de órganos infantiles, se encaminó en efecto a la delegación más cercana, y decidió acompañar a la niña hasta que llegaran los de Locatel, al día siguiente o diez años después.
--Lo que suceda primero --dice el tonto del pueblo.
No tuvo que esperar mucho tiempo el señor Hurtado. A la una y media de la mañana, dos cuarentones, un hombre y una mujer, entraron en la delegación tronándose los dedos, y el señor Hurtado pensó: ¡puf!, los padres. Eran, sin embargo, los abuelos, pero venía con ellos una mujer de 17 años que, embarazada a los 13, era madre desde los 14, pero no supo deletrear su nombre porque andaba hasta el gorro de cemento. O de algo así. ``Cuando ya no la vi, me regresé a mi casa porque, dije, qué pendeja, se me olvidó traerla'', explicaría más tarde. Y se fue hasta Ciudad Nezahualcóyotl para comprobar que su sospecha, por decir lo menos, era irreal.
Estoy, por primera vez, en el patio de la cárcel de Tecamacharco. Traigo --para contestar y agradecer, una por una-- las 40 cartas dirigidas al tonto del pueblo contra las plantaciones comerciales de eucalipto. Y desespero haciendo cola para conseguir una mesa en el café Los Inocentes, donde las familias de los reos se instalan horas y horas por el precio de un refresco: 10 pesos.
Los corredores del patio, por lo demás, están ocupados por montones de familias que charlan, beben y mastican, y los pelotazos de los niños son frecuentes. Para colmo, en el interior de la celda T --donde purga su imprundencia el tonto del pueblo--, hoy es día de visita conyugal. Y, desde luego, no se puede entrar porque los compañeros de mi amigo han colocado unas cajas de cartón, desdobladas a todo lo ancho y lo alto de la reja, para crear la necesaria intimidad. Y todas las parejas --88 en números doblemente redondos-- esperan su turno para entrar a hacer sus necesidades. En este caso, el amor.
Sentados sobre las raíces de un eucalipto, buscando la mínima comodidad para trabajar, hemos estado atestiguando, sin querer, el desfile de los amantes. Hemos visto entrar, por ejemplo, a un chaparrito que iba colgado del brazo de una señora muy gorda, y que ahora sale, abotonándose como ella, a los cinco minutos.
--Eyaculador precoz --dictamina el tonto del pueblo.
A mi derecha, de pronto, descubro a una joven (más que guapa, si se me permite la infidencia), arrodillada ante una lata de refresco, vacía, a la que ha apachurrado con mucha delicadeza por el centro, presionándola con los dedos. No entiendo por qué, después de esta operación, ahora ha tomado una aguja y está practicando una serie de agujeritos sobre la hendidura del envase.
Tampoco entiendo por qué ahora cubre los agujeritos con unas largas cenizas de cigarro, y tampoco entiendo por qué ahora vierte el contenido de un papel doblado en dos hacia el interior de una cuchara sopera, y aún entiendo menos por qué humedece el polvo con su propia saliva, por qué lo mezcla, por qué aplica la llama de un encendedor bajo la cuchara, por qué después limpia la cuchara con un pañuelo deshechable, o por qué, al final de todo esto, ahora recoge con la uña más larga de su mano izquierda una especie de resina invisible que la reacción química adhirió a la cuchara, pero que se torna visible ahora que la joven la deposita sobre la ceniza de tabaco y los agujeritos que ésta cubre, y le prende fuego mientras, con los labios fruncidos contra la abertura por la que había salido el refresco, ahora succiona una densa bocanada de humo azul.
--Eso es crack --me dice un vendedor de mariguana--. O bazuco. Dentro de cinco minutos tendrá que volver a fumar.
Pero en ese instante, de la celda T en donde ahora disfruta una nueva pareja, comienza a brotar una cascada de palabras tan obcenas como ruidosas.
--Eyaculador procaz --afirma el tonto del pueblo.
--Bueno, maestro --le digo, por tratar de animarlo--, ganamos el debate contra la Ley Forestal, pero perdimos la votación en la Cámara de Diputados. El PRI y el PAN sumaron 317 votos contra ciento y pico del PRD, el PT y algunos independientes.
--Sí, ¿verdad? Desde 1994 hemos ganado todos los debates y perdido todas las votaciones. Ya sería bueno que las cosas cambiaran.
--Julia Carabias sostiene que ésta es la mejor ley forestal posible, en estas circunstancias y en el marco de la globalización del mercado.
Y le cuento. La primera hora de la noche del miércoles pasado (21:00 en México y en la Bolsa de Nueva York), Julia Carabias Lillo, la secretaria de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca (Semarnap) --y doy este lujo de detalles porque algunos lectores han manifestado que a veces no saben si todo lo que se dice en esta plana es ficticio-- visitó a Carmen Lira, directora general de La Jornada, en compañía de cuatro o cinco funcionarios de la dependencia a su cargo.
Carmen Lira propuso que la señora Carabias conversara con la reportera Matilde Pérez --que ha seguido paso a paso el debate sobre la Ley Forestal--, con la coordinadora de Información, Rosa Rojas, con el coordinador general de Edición, Josetxo Zaldúa, y con el autor de esta desaguisada columna.
Faltaban sólo 14 horas para que empezara la sesión de la Cámara baja en la que iba a ser mayoriteada la nueva Ley Forestal, pero la señora Carabias deseaba dejar muy claros sus puntos de vista, y además --pero no de paso-- reiterar que sigue pensando exactamente lo mismo que tantas veces dijo cuando era responsable de Ecología en el PSUM:
--Como ecóloga conservacionista, opino que el eucalipto es nocivo porque sus raíces chupan mucha agua, sus hojas pueden ser dañinas, su sombra es perniciosa y tiene una serie de elementos alelopáticos en sus resinas que son pésimos para el medio ambiente. Lo dije cuando estábamos en el PSUM y lo mantengo.
Sin embargo, añadió, existen una serie de técnicas de manejo para evitar que las plantaciones de eucalipto produzcan los desastres que han alarmado a tanta gente. ``En Chile y en Brasil, el error fue que sustituyeron los bosques nativos por forestaciones de eucaliptos, y eso le dio en la torre al suelo. En México no va a ocurrir eso. Aquí se plantará eucalipto en donde ya no hay bosques, sino pasto o ganado. Y será muy distinto'', garantizó.
Como consta en la doble grabación que tal vez resta de esta charla, Julia Carabias deploró las experiencias que en materia de plantaciones forestales ha empredido la Simpson en el sur de Veracruz y, cuando Matilde o yo le preguntamos por International Paper, respondió con desaliento: ``Ha habido tantos problemas con International Paper, que tal vez ya no le van a entrar''.
En cuanto al papel que jugarán las plantaciones de eucalipto en el megaproyecto del istmo de Tehuantepec, Carabias dijo, si recuerdo bien, que de ``eso todavía no hay nada'', o que no conoce bien tal asunto. Poco antes, sin embargo, había definido: ``En México no habrá, a lo sumo, más de 800 mil hectáreas de plantaciones comerciales en los próximos 25 años''. Y de esa declaración, bien precisa, me valí para replantearle:
--De esas 800 mil hectáreas, ¿cuántas estarán dentro del istmo de Tehuantepec?
--Si las 800 mil hectáreas, vamos a suponer, ocupan esto --y separó las manos para delimitar 15 centímetros de aire--, en la zona de Oaxaca, dentro del istmo, habrá así --y juntó las manos hasta dejar, entre palma y palma, un hilito de luz.
--¿Y no le preguntaste por los acuerdos de San Andrés? --me
dice el tonto del pueblo.
Estoy de nuevo en las calles de Tecamacharco, y aprieto el paso rumbo al hotel para escribir y mandar este esperpento. No, me digo, no le pregunté a Julia Carabias sobre los acuerdos de San Andrés, ni sobre la abierta contradicción que se dará entre ellos y la Ley Forestal. Y no lo hice, como le expliqué al tonto del pueblo, porque desde el principio de su exposición inicial, la titular de la Semarnap señaló que ése no era un tema de su competencia, y que los derechos de los pueblos indios sobre la propiedad de la tierra se verán ``cuando se apruebe el reglamento del artículo cuarto constitucional''.
No se lo discutí, porque no era mi intención protagonizar un debate que nadie había convenido o solicitado, pero muchas horas más tarde, antes de tomar el camión a Tecamacharco, recordé las palabras de Ignacio Burgoa Orihuela, durante su grotesca y petulante comparecencia en la UNAM, cuando dijo que los acuerdos de San Andrés no eran válidos, porque ``sólo un orate puede pactar con encapuchados'', y concluyó que para resolver su relación con los pueblos indios, el gobierno necesitaba, única y nada más, ``reglamentar el cuarto constitucional. Y punto''.
Así que...
Mensaje del tonto del pueblo a los universitarios: ``El ataque de El Chiquilín y 99 porros más, a los estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, sólo persigue un propósito. Prender la chispa de un movimiento estudiantil, con grandes manifestaciones callejeras --que serán adobadas con nuevas provocaciones violentas--, para que el ``gobierno'' acuse al PRD, como ya lo está haciendo, y el bombardeo masivo de los medios electrónicos (estilo enero de 1997 contra el EZLN) arrase con la imagen de Cuauhtémoc Cárdenas. Ojo: tienen que hilar muy pero muy fino, y no caer en el juego de quienes, al expresar su beneplácito por la masacre de Perú, delataron la envidia y admiración que les causa Fujimori, el Pinochet de los noventa''.