Luis González Souza
Elecciones y paz

Si no impedimos el incendio de Chiapas y eventualmente de todo México, luego nadie querrá acordarse de la cacareada transición a la democracia. En ese caso, las próximas elecciones, si aun así logran realizarse, serían recordadas como las elecciones del abismo: aquéllas que más bien sirvieron para hundir al país en una larga noche del peor autoritarismo.

Ello sería una verdadera pena. No sólo porque hace mucho tiempo que México necesita y merece la democracia. También porque, exceptuando los nudos guerreristas del momento, todas las condiciones están dadas para que la famosa transición arribe a buen puerto. Si logran desenredarse esos nudos, al menos la capital del país --lo que de todos modos es mucho-- conocerá por fin una alternativa real, no cosmética. El gobierno quedaría encabezado por un indiscutible representante de las fuerzas democráticas y portador de una alternativa genuina: Cuauhtémoc Cárdenas. Lo que de paso sería un acto de justicia divina a su impresionante verticalidad, en definitiva superior a la de otros grandes disidentes en la historia del régimen político de México (Vasconcelos, Almazán, Padilla, Henríquez Guzmán).

¿Qué clase de democracia puede esperarse, si el conflicto en Chiapas es ahogado a sangre y fuego o si, en el mejor de los casos, muere de olvido? ¿Quién querrá acordarse de elecciones y partidos, si estos quedan por completo enganchados en un juego donde sirven para todo, menos para atender causas tan legítimas como las que subyacen al conflicto en Chiapas: democracia, justicia y libertad; reencuentro de México con sus raíces indígenas y, entonces sí, su relanzamiento como una nación real y digna, soberana y próspera?

Ciertamente nuestra capacidad para reaccionar a favor de la paz en Chiapas se ha desgastado. Tal vez alguien triunfó en el recurso del lobo que siempre se anuncia, pero nunca llega. Desgastada esa capacidad, la acción de las fuerzas guerreristas encuentra campo abierto. Lo cierto es que el lobo ya está aquí y, para colmo, quiere disfrazarse de cordero electoral: todo mundo atento a las elecciones y sin mirar a Chiapas. Es un hecho que, al menos en el norte de este estado clave para el futuro de todo México, ya comenzó la peor de las guerras: aquélla que, al no declararse, jamás podrá resolverse.

De continuar esa guerra o, todavía peor, de traducirse en el aplastamiento del movimiento zapatista, el militarismo acabará de sentar sus reales. Y entonces todos los anhelos dependientes de la democracia --soberanía, justicia, dignidad, desarrollo, prosperidad-- quedarán sepultados por los nudos guerreristas: una política económica manejada cual guerra entre privilegiados y empobrecidos, una cultura de mano dura y de terrorismo anticambio, una contienda electoral empujada desde el mando presidencial mismo hacia una franca beligerancia, una soberanía desvanecida (salvo en el discurso) a favor de un intervencionismo creciente. En fin, un intervencionismo de Estados Unidos que sobre todo --mas no únicamente-- con motivo de la lucha antidrogas, asume más y más tintes militaristas, lo que de suyo realimenta los nudos del guerrerismo.

Urge, entonces, desatar esos nudos y remplazarlos con un tejido que anude, por lo pronto, lo más actual: paz y democracia, iniciando con la solución del conflicto en Chiapas. No cualquier paz, sino una cimentada en el respeto al sentir mayoritario de México. Tampoco cualquier democracia, sino una que comience por probar su eficacia para resolver conflictos de manera pacífica.

En esa conjunción vital de paz y democracia, las elecciones en puerta tendrán mucho qué decir. Serán elecciones tanto más trascendentes cuanto más operen a manera de referéndum por una paz democrática. A su vez, el compromiso de los candidatos con las causas de los zapatistas, que en mucho son las de todo México, servirá para decidir bien por quién votar.

En todo caso, que nadie se llame a engaño. Si no somos capaces de evitar un genocidio en Chiapas, pocos querrán saber luego de partidos y elecciones. La ``transición'' se convertirá en una palabra maldita, y México, en una especie de protectorado militarista. Pero de esto hablaremos con Clinton, desde estas páginas, ahora que nos visite.