La Jornada 28 de abril de 1997

En medio siglo, 224 películas del príncipe de los camarógrafos

Raquel Peguero Ť Don Gabriel ¿le gusta que le tomen fotos? ``No, ¡para nada!'', respondió con un gracioso mohín mientras negaba con la cabeza.

--Pero si todavía está muy guapo.

--¡De veras!, ¡qué amable es usted!

--dijo con el rostro iluminado y la sonrisa de oreja a oreja, por primera vez desde que había comenzado la sesión de fotos. Fue poco más de una hora la que nos regaló para que Adolfo Pérez Butrón hiciera las tomas destinadas al suplemento con el que La Jornada le festejó sus 90 años de vida. Un precioso tiempo en que nos llenó de atenciones y anécdotas sobre su vida, ``que ha sido muy bonita'', nos dijo.


Río Escondido (1947), de Emilio Indio Fernández. Uno de
los famosos ``cielos de Figueroa''.
Foto: Gabriel Figueroa

Era el 19 de abril, dos días antes de que Gabriel Figueroa ingresara en el hospital para someterse a una operación de la carótida, la misma que lo mantuvo en vilo durante la última semana, hasta ser vencido por la muerte. Ayer, el maestro de la luz fue a reunirse con ella.

Descendiente de familias de abolengo, Gabriel Figueroa Mateos nació en la ciudad de México el 24 de abril de 1907. Su fascinación por el cine comenzó a los ocho años, ``me enamoré de él cuando iba al cine Mina, en la calle del mismo nombre'', en donde lo dejaban entrar junto con su hermano Roberto --el amigo y cómplice de toda su vida-- a las funciones que quisiera, y se embelesaba con las películas cómicas de Chaplin, el gordo Arbukle, Buster Keaton y Harold Loyd, aunque sentía una especial fascinación por los llamados filmes de arte.

Huérfano de madre --murió cuando él nació--, perdió a su padre cuando tenía siete años y comenzó un periplo de tutelas familiares que terminaron cuando cumplió los 16 y descubrió que su herencia había sido dilapidada por su albacea, que se suicidó cuando los hermanos Figueroa le pidieron cuentas. Comenzó entonces una vida ardua pero rica en aventuras y propició su acercamiento a la fotografía, a la que llegó como ayudante laboratorista, después de que tuvo que dejar el Conservatorio donde estudiaba violín.

Amigo desde la escuela de Raúl y Gilberto Martínez Solares, fue este último el que lo acercó al cine cuando lo presentó con Alex Phillips, quien lo contrató como stillman, de donde brincó a la imagen en movimiento en una carrera que duró 50 años y en la que retrató 224 películas con directores como John Huston, Luis Buñuel, Emilio Fernández, Alejandro Galindo, Chano Urueta, Ismael Rodríguez, Roberto Gavaldón, Miguel Zacarías, Fernan- do Soler, Jaime Humberto Hermosillo, Marcela Fernández Violante, José Luis Ibáñez y Juan Ibáñez, con quien logró, en Divinas palabras, ``uno de mis mejores trabajos en color'', decía él mismo.

Discípulo de Gregg Toland, a quien conoció en Hollywood cuando fue becado cuando apenas comenzaba, descubrió a su lado muchos de los secretos que él enriquecería después creando los mundialmente famosos ``cielos de Figueroa'', que le dieron 58 premios nacionales e internacionales, entre ellos diez Arieles --incluido el de oro-- y dos del prestigiado Festival de Cannes, uno en 1946 por María Candelaria y otro en 1960 por Macario.

Su primer trabajo como camarógrafo lo realizó en 1936 al lado de Fernando de Fuentes en Allá en el rancho grande, que dio la vuelta al mundo y la primera de diez Diosas de Plata de los Periodistas Cinematográficos de México (Pecime), y uno de los dos galardones que ha recibido en el Festival de Venecia (el segundo fue por La perla, 1948), a pesar de que él pensó que sería su debut y despedida, pues al checar rushes descubrió que en unos rollos había ``cabezas cortadas y escenas desafocadas. No sabía cómo había pasado eso. Me puse tan nervioso que me levanté y salí. En el vestíbulo me desmayé''. Al día siguiente le dijo a De Fuentes que quería renunciar, pero lo convenció de lo contrario --tanto que filmó a su lado 11 películas--. Al otro día checaron de nuevo y vio que todo estaba perfecto. ``Lo que pasó es que al proyeccionista se le había olvidado quitar una mascarilla especial del proyector'', contó en el libro La mirada en el centro

A partir de entonces su carrera comenzó a despegar. En 1939 filmó La noche de los mayas, con Chano Urueta, en donde empezó a desarrollar su estilo, aseguraba él mismo. En 1941 tuvo su primer encuentro con el Indio Fernández. Un año después, a la llegada de Dolores del Río a México, comenzaron a trabajar lo que en 1943 se conoció como Flor silvestre. Fue la primera de 24 películas que hizo con Fernández, la mayoría memorables como María Candelaria, La perla, Enamorada, Río escondido, Maclovia, Salón México, Pueblerina, La malquerida. Después de 13 años de colaboración conjunta se separaron: ``Nunca nos peleamos, siempre nos llevamos bien, pasó que a Fernández lo echaron a perder los cantos de las sirenas'', decía.

Dejó el cine en 1983: ``por el destino que siempre ha marcado la ruta por dónde pisar'', y porque después de 50 años de trabajar de pie, tuvo un derrame en una rodilla. Aceptó que lo operaran porque quería filmar Bajo el volcán, con John Huston, la que se considera su mejor película en color. Pero ese fue un filme embrujado, le contó a Elena Poniatowska en su libro La mirada que limpia, porque después de ella ``ya no volví a filmar jamás. Muchos proyectos se quedaron pendientes: Eterno esplendor, de Jaime Humberto Hermosillo, por falta de presupuesto; El honor de los Prizzi, de Huston, porque me negaron la visa de trabajo en Estados Unidos; Rambo II, con Sylvester Stallone, porque dije que no, por tratarse de un asco de película''.

Hombre solidario con las mejores causas, nunca perteneció a ningún partido político, ``claro, tengo mis inclinaciones políticas, mis ideas, pero no me he atado a ninguna asociación, a ningún ismo, aunque pensándolo bien sí hay uno contra el que me he manifestado: el fascismo'', le dijo a Alberto Isaac en su libro de conversaciones.

Fundador junto con Mario Moreno Cantinflas y Jorge Negrete del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica (STPC), Figueroa apoyó también la huelga de los mineros de Nueva Rosita, en 1950. Alojó en su casa a las mujeres y ayudó con dinero a los hombres, al igual que a los estudiantes en huelga del Politécnico, ese mismo año, y a los movimientos sindicales del grupo de Jacinto López en Sonora. En 1946 apoyó la huelga de los laboratorios de Hollywood, ordenando que no se procesara ningún material que viniera de Estados Unidos. En el 49, frente a MacCarthy, se solidarizó con los cineastas perseguidos cuando vinieron a México, intercediendo por ellos ante su primo Adolfo López Mateos, entonces presidente del país, al que nunca acudió para solicitar ningún favor personal. También se negó ir a España a filmar con Roberto Gavaldón. Le envió un telegrama que decía: ``Para los buenos amigos y las buenas historias no tengo condiciones especiales, pero a Madrid iré si quitas a Francisco Franco del reparto''.

``El príncipe de los camarógrafos'', como lo llamó George Sadoul, fue amigo de María Félix, Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Shirley McLaine, además de leal cómplice del anonimato de Bruno Traven, a quien albergó en su casa --y cuya historia completa le cuenta a Poniatowska--. También de los escritores Carlos Fuentes, Rómulo Gallegos, Steinbeck, Graham Greene, Gabriel García Márquez, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y los pintores Rufino Tamayo, Vicente Rojo y Gunther Gerzo. En 1967 le otorgaron el doctorado honoris causa de la Universidad Saint Mary's de San Antonio Texas y, recientemente, en 1995, el premio que entrega la American Society of Cinematographers, ``el más grande que he recibido'', dijo entonces y no dejó de señalar lo curioso de que le hicieran un reconocimiento en un país en el que nunca lo dejaron trabajar.

Don Gabriel mantuvo su memoria intacta y en los últimos años dedicaba buena parte de su tiempo a dar entrevistas, revisar libros de fotografía y recibir a sus amigos para charlar. Casado hace más de 40 años con Antonieta Flores tuvo tres hijos: Gabriel, María y Tolita, y dos nietos: Gabriel y Juanito.

Hoy hemos perdido a un gran maestro, pilar fundamental del cine mexicano.

Descanse en paz.